La Aventura en la Casa Abandonada
Era un tranquilo día de primavera en el pequeño pueblo de San Roque. Un grupo de amigos: Tomás, Lía, Julián y Ana, decidieron explorar la vieja casa abandonada al final de la calle. Se decía que allí ocurrían cosas extrañas, y su curiosidad los llevó a descubrirla juntos.
"¿Están listos para la aventura?" - preguntó Tomás con una sonrisa desafiante."¡Sí!" - respondieron todos al unísono.
Cuando llegaron a la casa, se detuvieron a observarla. Las ventanas estaban cubiertas de telarañas, y la puerta crujía con el viento.
"Esto es más espeluznante de lo que pensé", - dijo Ana, un poco asustada.
"No pasa nada, Ana. Solo es una casa vieja", - respondió Lía tratando de calmarla.
Entraron y se encontraron con una habitación polvorienta llena de muebles cubiertos de sábanas. En el rincón había una antigua lámpara que, al encenderla, iluminó el espacio con una suave luz amarilla.
"Miren esto", - dijo Julián señalando una gran máscara antigua colgada en la pared. "Parece sacada de una película de terror".
De repente, la puerta se cerró con un fuerte golpe. Los amigos se miraron asustados.
"¿Quién cerró la puerta?" - preguntó Ana con voz temblorosa.
Pero antes de que alguien pudiera responder, un ruido sordo resonó desde el piso de arriba.
"Vamos a investigar", - sugirió Tomás con valentía. "No vamos a dejar que el miedo nos detenga".
Subieron las escaleras, cada paso lleno de expectativa. Cuando llegaron al segundo piso, vieron una sombra moverse rápidamente por el pasillo.
"¿Qué fue eso?" - exclamó Lía, aferrándose al brazo de Julián.
"No lo sé, pero debemos averiguarlo", - dijo Julián, intentando mostrar coraje.
Se acercaron lentamente al final del pasillo, y ahí estaba: un extraño figura con una máscara que los miraba fijamente. Era un hombre mayor, con una sonrisa amable.
"Hola, chicos. No se asusten. Soy el cuidador de la casa" - les dijo el hombre. "Me llamo Don Alberto".
Aliviados pero aún confundidos, los amigos se presentaron. Don Alberto les explicó que había estado cuidando la casa durante años y que la máscara era parte de una colección que había encontrado.
"Esta casa tiene una historia muy bonita, llena de aventuras y sueños. Muchos niños juegan aquí aunque no lo crean", - les dijo.
"¿De verdad?" - preguntó Ana, sorprendida.
"Sí. A veces la gente se asusta por lo desconocido, pero aquí sólo hay buenos recuerdos". - dijo Don Alberto.
Don Alberto les mostró algunas partes de la casa y les contó historias sobre las familias que habían vivido allí, sobre cómo habían organizado fiestas y juegos en el jardín. Los amigos se divirtieron mucho y su miedo se desvaneció.
Antes de irse, Tomás le preguntó:
"¿Puedo probarme la máscara?".
Don Alberto sonrió y le dijo que podía. Al ponérsela, comenzó a hacer gestos cómicos, haciendo que todos rieran a carcajadas.
"¡Qué divertido! Deberíamos inventar una obra de teatro con esto" - sugirió Lía.
"¡Sí! Y podríamos contar la historia de la casa y de sus habitantes" - añadió Julián entusiasmado.
Don Alberto, viendo la alegría en los rostros de los chicos, les ofreció su ayuda. Así, juntos, planeaban una obra para contar la historia de la casa, transformando el miedo en creatividad y juegos.
Esa tarde, el grupo de amigos se despidió de Don Alberto con una nueva perspectiva sobre la vieja casa. Ya no era un lugar tenebroso, sino un sitio lleno de vida y recuerdos que esperaban ser compartidos.
"Hasta la próxima, Don Alberto. Gracias por compartir sus historias con nosotros" - dijo Ana sonriente.
Cada vez que pasaban por la casa, ya no sentían miedo. En cambio, esperaban con ansias volver para trabajar en su obra de teatro.
Y así, Tomás, Lía, Julián y Ana aprendieron que a veces, lo desconocido no es algo de temer, sino una puerta abierta a nuevas aventuras y amistades.
FIN.