La Aventura en la Casa del Bosque
Era un día soleado en el pequeño pueblo de San Venturi. Los dos amigos, Lila y Mateo, decidieron explorar el bosque que estaba al borde del pueblo. Siempre habían escuchado historias sobre La Casa Amarilla, una antigua cabaña que se decía estaba habitada por un espíritu travieso.
-Lila, ¿te animás a ir a La Casa Amarilla? -preguntó Mateo mientras miraba el sombrío bosque desde su ventana.
-Sí, ¡vamos! Quiero ver si es tan espeluznante como dicen -respondió Lila con una sonrisa de emoción.
Los dos amigos, armados con linternas y una mochila llena de sándwiches, se adentraron en el bosque. Caminaban entre árboles altos y hojas crujientes, riendo y contando historias. Pero a medida que se acercaban a La Casa Amarilla, el ambiente se tornó un poco más extraño. Las sombras se alargaban y los sonidos del bosque se hacían más intensos.
-Creo que deberíamos volver -dijo Mateo, un poco nervioso.
-Nah, ¡no seas gallina! -le respondió Lila, empujándolo suavemente hacia adelante.
Finalmente, llegaron a La Casa Amarilla. Era una construcción pequeña, con ventanas rotas y un jardín cubierto de maleza. Sin embargo, a Lila le fascinaba su aspecto desgastado, mientras que Mateo no podía quitarse una sensación de inquietud.
-¿Y si hay un fantasma? -dijo Mateo, ya un poco asustado.
-Dejame adivinar. ¿Vas a gritar como una niña? -bromeó Lila, con una mirada desafiante.
Con un suspiro, Mateo le siguió mientras Lila se acercaba a la puerta de la casa. Con un poco de esfuerzo, la joven logró abrirla, y el chirrido de las bisagras hizo eco en el silencio del bosque.
Dentro, las luces del sol apenas entraban por las ventanas sucias. Los muebles estaban cubiertos de polvo y telarañas. Pero algo llamó la atención de Lila: un viejo piano, desentonado y olvidado, en una esquina de la habitación.
-¡Mirá, Mateo! -gritó emocionada mientras se acercaba al piano.
-¿Sabés tocar? -preguntó él, intrigado por la escena.
-No, pero quiero intentarlo -respondió ella, sentándose sobre el asiento polvoriento.
Lila empezó a teclear las notas de una canción simple. La melodía resonó en la casa, y a medida que lo hacía, algo sorprendente ocurrió. Una suave brisa comenzó a soplar, y el ambiente se llenó de vida. Objetos antiguos empezaron a moverse un poco, pero en lugar de asustarse, ambos amigos comenzaron a reír.
-Mirá, ¡es como si el piano tuviera magia! -exclamó Lila.
Fue en ese momento que una sombra amistosa apareció en la pared. Era un pequeño duende, que se presentó como "Bubú".
-Hola, chicos, gracias por despertar mi casa con tu música –dijo el duende con una voz risueña. -Llevo siglos aquí, y nadie recuerda cómo era antes.
-¿Artistas? -preguntó Mateo, aún sorprendido.
-¡Exactamente! -contestó Bubú. -Me gustaría que me ayuden a darle vida a este lugar. He estado solo durante tanto tiempo.
Lila y Mateo se miraron, sorprendidos pero entusiasmados. El duende les enseñó a buscar cosas perdidas en el bosque para decorar la casa. Juntos recolectaron flores, piedras brillantes y hasta viejos juguetes olvidados.
-Si todos vinieran a jugar aquí, este lugar sería increíble -dijo Lila mientras armaban un colorido mural con los objetos que encontraron.
Después de un día entero de risas y alegría, la casa comenzó a transformarse. Las ventanas estaban limpias, y el jardín florecía. La magia del duende hizo que la casa brillara como nunca antes. Al día siguiente, Lila, Mateo y Bubú decidieron invitar a todos los niños del pueblo a conocer su nueva creación.
Cuando los padres vieron que no había nada de terror en la casa, se sintieron aliviados. Pronto, una pequeña multitud de niños comenzó a llegar, traídos por la curiosidad y la alegría que emanaba de La Casa Amarilla.
-¡Vengan a jugar! -gritó Mateo mientras todos los niños entraban animadamente, riendo.
Lila y Mateo se sintieron tan felices al ver a todos jugando. La casa ya no era un lugar aterrador, sino un hogar lleno de risas, música y creatividad.
-Yo sabía que no había que tenerle miedo -dijo Lila sonriendo mientras miraba a su amigo.
-Quizás, lo único que necesitaba era un poco de amistad y música -agregó Mateo, mientras Bubú danzaba entre los niños.
Y así, la histórica Casa Amarilla se convirtió en un espacio donde los niños podían jugar, explorar y crear, recordándoles a todos que a veces lo que parece aterrador puede convertirse en algo maravilloso con un poco de imaginación y colaboración.
FIN.