La Aventura en la Casita del Árbol



Era un hermoso día soleado en el jardín donde Clara, Leo, y Sofía se reunieron como siempre. La brisa suave movía las flores y hacía que las mariposas danzaran en el aire.

"¡Vamos a la casita del árbol!" - exclamó Clara con entusiasmo, señalando hacia el gran árbol que se erguía majestuoso en el medio del jardín.

"Sí, quiero ver si el viejo loro sigue allí" - dijo Leo, que no podía olvidar la última vez que encontraron al loro hablando.

"Ojalá haya más sorpresas", comentó Sofía sonriendo.

Los tres corrieron hacia el árbol y treparon con habilidad por la escalera de madera que llevaba a la casita. Una vez arriba, se acomodaron en sus lugares favoritos.

"Miren, el loro sigue ahí, pero está triste" - dijo Clara al observar al loro sentado en su rama, sin cantar.

"¿Por qué estará así?" - preguntó Leo.

"Tal vez necesita un amigo" - sugirió Sofía.

Los amigos decidieron investigar.

"¿Cómo podemos ayudarlo?" - preguntó Leo.

"Podemos hacerle algunas preguntas" - propuso Clara.

Así, bajaron de la casita y se acercaron al loro.

"Hola, loro. ¿Por qué estás triste?"

El loro miró a los tres amigos y respondió con una voz melancólica.

"No tengo a nadie con quien hablar. Todos se han ido y ahora me siento solo."

"¡Podemos ser tus amigos!" - dijo Sofía emocionada.

"¡Sí, ven a jugar con nosotros!" - añadió Leo.

El loro iluminó su rostro, pero se sentía un poco inseguro.

"¿Y si no somos divertidos?"

"Claro que sí, además, tenemos muchas historias que contar" - respondió Clara con determinación.

Convencidos, los tres amigos le contaron historias de su jardín, las flores y las mariposas. Poco a poco, el loro comenzó a sonreír y se animó a hablar.Navegaron después sobre las aventuras que vivieron. El loro se metió en la conversación y empezó a contar sobre sus días volando por encima de los árboles.

"¡No sabía que volabas tan alto!" - exclamó Sofía.

"¡Sí! A veces veo cosas increíbles desde arriba. Como un arcoíris que toca la montaña."

"¡Eso suena maravilloso!" - añadió Leo.

Y así, su amistad floreció rápidamente. El loro, que se llamaba Pipo, empezó a jugar con ellos y a contarles más sobre la vida en el aire. Pero, un día, una fuerte tormenta se desató.

"¡Debemos buscar un refugio!" - gritó Clara.

"Vamos a la casita del árbol, allí estaremos a salvo" - dijo Sofía, mientras Leo aletargaba a Pipo.

Una vez en la casita, los amigos se miraron entre sí, preocupados por qué pasaría si la tormenta no cesaba.

"¿Y si Pipo tiene que irse?" - murmuró Leo.

"No, somos amigos. No lo dejaríamos ir" - dijo Clara.

Pipo escuchó y se sintió muy conmovido.

"Estaré con ustedes todo el tiempo que quiera, amigos" - prometió emocionado.

El agua torrencial seguía cayendo, pero ellos estaban unidos en su casita, se contaron cuentos, jugaron a las adivinanzas y se reían juntos. Con el tiempo, la tormenta se calmó, y el sol salió nuevamente.

"¡Miren! ¡Un arcoíris!" - exclamó Sofía mientras todos miraban por la ventana.

"Es como un puente entre nuestros sueños y la realidad" - comentó Pipo, mientras ellos se reían.

"Vamos a explorarlo juntos" - sugirió Clara con brillo en los ojos.

Bajaron rápidamente del árbol y corrieron hacia el arcoíris. Aunque no llegaron a tocarlo, juntos crearon una historia de aventura llena de alegría. Después de ese día, nunca se separaron. El jardín se convirtió en su patio de juegos, y la casita del árbol, su refugio especial.

Aprendieron que la amistad es como el sol después de la tormenta: siempre brilla, sin importar las dificultades. Y así, en el jardín lleno de flores y mariposas, Clara, Leo, Sofía y Pipo vivieron muchas más aventuras, siempre recordando que juntos podían enfrentar lo que fuera.

FIN.

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