La Aventura en la Montaña Mágica
Érase una vez un niño llamado Tomás, que soñaba con aventuras extraordinarias. Un día, mientras paseaba por la montaña mágica que se alzaba cerca de su casa, decidió que era el momento perfecto para explorar. La montaña era famosa por sus hermosos paisajes y misteriosos secretos.
Tomás subió por un sendero rodeado de flores de colores brillantes y mariposas que parecían bailar en el aire. Mientras avanzaba, se detuvo para admirar una fuente brillante que emanaba agua purísima.
"¡Qué lugar tan hermoso!" - exclamó emocionado, llenando su botella con agua fresca.
Al poco tiempo, Tomás escuchó un susurro proveniente de una cueva cercana.
"¿Quién está ahí?" - preguntó, un poco asustado pero intrigado.
Del interior de la cueva salió una pequeña criatura, un duende de ojos grandes y brillantes.
"Hola, Tomás. Me llamo Pipo. Ven, no tengas miedo. Estoy aquí para ayudarte en tu aventura" - dijo el duende con una voz suave y acogedora.
Intrigado, Tomás se acercó.
"¿Ayudarme en qué?" - preguntó.
"En descubrir los secretos de la montaña. Pero primero, debes ser valiente y seguirme" - respondió Pipo, guiándolo hacia la cueva.
Mientras exploraban, Tomás se maravilló con los colores y sonidos de la cueva, llena de cristales que brillaban como estrellas. De repente, sintió que el suelo temblaba bajo sus pies.
"¡Ay!" - gritó cuando resbaló en una piedra y cayó.
Mientras caía, en lugar de asustarse, Tomás se aferró a la curiosidad.
"¡Pipo, ayúdame!" - gritó mientras giraba en el aire.
El duende, veloz como un rayo, lo alcanzó y lo atrapó antes de que tocara el suelo.
"¡Lo tienes, amigo!"
Tomás respiró aliviado.
"¡Gracias, Pipo! No sabía que caer podía ser tan emocionante!" - dijo riendo, aun con el corazón bombeando.
Pipo sonrió.
"A veces, las caídas nos enseñan más que los éxitos. Lo importante es levantarse y seguir adelante" - le explicó.
Luego de la emocionante experiencia, continuaron explorando. Al llegar a un claro, encontraron un manantial de aguas brillantes, rodeado de flores mágicas. Pipo explicó que podían hacer un deseo, pero había una regla: debían pensar en un deseo que fuera bueno para todos.
Tomás pensó un momento y luego dijo:
"Deseo que todos los niños del mundo tengan la oportunidad de jugar y explorar como yo lo hago en esta montaña".
Las aguas brillaron intensamente, y Pipo sonrió.
"Esa es una gran elección, Tomás. Tu deseo se escuchará".
Al caer la tarde, Tomás decidió que era hora de regresar a casa. Miró a Pipo con gratitud.
"Gracias por esta aventura. Aprendí mucho y me divertí" - dijo.
"Recuerda, cada día es una nueva aventura si tienes la mente y el corazón abiertos" - respondió Pipo, despidiéndose con una sonrisa.
Tomás bajó de la montaña, su corazón lleno de alegría y sabiduría. Sabía que cada caída es solo un paso hacia algo mejor, y que la verdadera magia está en seguir adelante con valentía.
FIN.