La Aventura en la Playa



Era un hermoso día soleado cuando Angel y José decidieron ir a la playa. Convencidos de que sería un día perfecto, empacaron su mochila con toallas, una pelota de playa y algunos sándwiches. Al llegar, el mar brillaba y la arena estaba tibia bajo sus pies.

"¡Mirá, Angel!" - exclamó José, señalando a las olas que rompían en la orilla. "¡Vamos a construir un castillo de arena!" - propuso emocionado.

Angel asintió, y juntos empezaron a juntar arena y agua para moldear torres y murallas. Tras unos minutos de diversión, comenzaron a notar que el cielo se oscurecía. Las nubes se agrupaban y el viento comenzaba a soplar con fuerza.

"Che, José, parece que se viene una tormenta..." - dijo Angel, un poco preocupado. "No, no va a pasar nada. Solo son algunas nubes. Sigamos con el castillo" - respondió José, muy entusiasmado.

Mientras continuaban jugando, el viento aumentó y las olas se tornaron más grandes. De repente, un trueno resonó, y el cielo se iluminó con un destello de luz.

"¡Ay no! ¡Es una tormenta!" - gritó Angel, mientras comenzaba a llover. "¡Rápido, tenemos que buscar refugio!" - dijo José, con un tono de preocupación.

Los amigos vieron un pequeño quiosco de playa no muy lejos, así que corrieron hacia allí. La lluvia cae con fuerza mientras se apretujaban en el quiosco, sintiendo cómo la corriente del viento golpeaba las paredes de madera.

"Espero que esto pase pronto..." - dijo Angel, mirando por la ventana. "Sí, pero mira todo lo que hemos construido. ¡No quiero perder nuestro castillo!" - respondió José, triste.

Pero mientras observaban desde el quiosco, notaron que la tormenta parecía estar comenzando a calmarse. Las nubes empezaron a dispersarse y el sol volvió a aparecer tímidamente en el horizonte.

"¡Mirá!" - gritó José, señalando el arcoíris que empezaba a formarse. - “¡Es precioso! ”

Angel sonrió al ver los colores brillantes y se sintió agradecido de estar a salvo. j

"Una tormenta puede parecer aterradora, pero también puede traernos algo hermoso al final," - dijo Angel, reflexionando. "Totalmente, amigo. Y nuestro castillo sobrevivió!" - respondió José, entusiasmado.

Aprovechando que la lluvia había cesado, decidieron salir del quiosco y ver el daño. Al llegar a su castillo, se dieron cuenta de que, aunque la tormenta lo había deshecho un poco, aún quedaban algunas torres en pie.

"Podemos reconstruirlo mejor que antes!" - sugirió Angel, con los ojos brillantes. "Sí! Esta vez vamos a hacer un castillo gigante. ¡Uno que no se caiga con la lluvia!" - respondió José.

Los dos amigos comenzaron a trabajar con entusiasmo, llenando baldes con arena y montando palas. Juntos aprendieron sobre la importancia de la perseverancia y de no rendirse ante la adversidad. Mientras trabajaban, cada torre que levantaban les recordaba lo fuertes que eran juntos.

Finalmente, cuando el sol ya se había puesto, su castillo era el más grande y resistente de la playa. Los otros niños que paseaban se acercaron para admirar su obra maestra.

"¡Felicidades! ¡Es increíble!" - exclamó una nena, aplaudiendo.

"Gracias!" - contestaron Angel y José, sonriendo. "A veces, las tormentas nos enseñan a construir cosas aún más grandes y hermosas," - añadió Angel, mientras miraba a su mejor amigo.

Después de una jornada llena de aventuras, finalmente se despidieron de la playa y regresaron a casa, cansados pero felices. Aprendieron que aunque algunas tormentas puedan parecer aterradoras, siempre terminan por irse, dejando tras de sí oportunidades para brillar.

Desde aquel día, cada vez que escuchaban el rumore de un trueno, Angel y José se sonreían, recordando que las tormentas son solo una parte de la vida. Con el tiempo, se convirtieron en expertos constructores de castillos de arena, pero sobre todo, se volvieron grandes amigos que aprendieron a enfrentar juntos cualquier desafío que se les presentara.

FIN.

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