La Aventura en la Selva Esmeralda
Érase una vez, en un pueblito llamado Río Verde, donde los árboles eran altos y verdes como esmeraldas, un grupo de amigos: Lía, Tomás y el pequeño Nico. Al borde del río, se contaban historias de una misteriosa selva que se extendía más allá de las colinas. Decían que en lo profundo de esa selva había un árbol mágico, que otorgaba un deseo a quien encontrara su raíz.
Una tarde, mientras jugaban cerca del río, Lía dijo:
"¿Y si vamos a buscar ese árbol mágico? Sería genial tener un deseo para pedir lo que más queremos."
Tomás, siempre un poco más cauteloso, respondió:
"Pero, ¿y si nos perdemos? La selva puede ser peligrosa."
Nico, que no podía contener su entusiasmo, saltó:
"Vamos, Tomás, ¡será una aventura! Además, somos un gran equipo. Podremos cuidarnos mutuamente."
Así, después de hacer un plan, los tres amigos se equiparon con mochilas llenas de agua, provisiones y un mapa dibujado por Lía. Conspiraron al amanecer y se adentraron en la selva.
Al principio, todo era emocionante. Los pájaros cantaban, los árboles susurraban con la brisa y todo parecía una historia de cuentos. Pero entonces, comenzaron las dificultades. Se encontraron con un río que cruzar, y Lía dijo:
"Necesitamos encontrar un lugar donde el agua no esté tan fuerte."
Tomás sugirió:
"Miremos por allá, parece que hay un tronco caído. Podríamos usarlo para cruzar."
Así lo hicieron y, con un poco de equilibrio, lograron pasar. Sin embargo, después de cruzar, los árboles comenzaron a hacerse más densos y confusos. Se dieron cuenta de que habían perdido su mapa.
"Oh no, ¿ahora qué hacemos?" se lamentó Lía.
"No te preocupes, Lía. Confía en nuestro instinto. Sigamos caminando y busquemos una pista," dijo Tomás, intentando darle ánimo.
Mientras caminaban, se encontraron con una tortuga que, a diferencia de ellos, parecía muy tranquila. La tortuga levantó la cabeza y les dijo:
"¿A dónde van tan apurados, jóvenes?"
"Buscamos un árbol mágico!" exclamó Nico.
"Ah, el árbol mágico. Muchos lo buscan, pero pocos lo encuentran. ¿Han escuchado el canto del gavilán?" preguntó la tortuga.
"No, no lo hemos escuchado," respondieron los amigos en coro.
La tortuga sonrió y les dijo:
"El gavilán canta cuando encuentra algo valioso. Deben aprender a escuchar y observar su entorno. Siguiendo el canto de la naturaleza, podrán llegar a donde desean."
Motivados por las palabras de la tortuga, los amigos decidieron hacer una pausa. Se sentaron en un claro, cerraron los ojos y comenzaron a escuchar. Pronto, oyeron un canto suave que se elevaba entre los árboles.
"¡Ahí está! ¡Es el gavilán! Vamos!" gritó Nico con emoción.
Siguiendo el sonido, llegaron a un hermoso jardín iluminado por la luz del sol, donde flores de diferentes colores danzaban con el viento. Allí, en el centro, estaba el árbol mágico. Tenía un tronco grueso y sus hojas brillaban como el oro.
"¡Lo encontramos!" exclamó Lía.
"Ahora solo necesitamos pedir nuestro deseo," dijo Tomás.
"Yo deseo que siempre tengamos aventuras juntos," dijo Nico, emocionado.
Así, los tres amigos se tomaron de las manos y, juntos, hicieron su deseo. En ese instante, una brisa cálida pasó entre ellos y el árbol pareció sonreír. De pronto, en lugar de un solo deseo, los amigos se dieron cuenta de que no necesitaban uno. Tuvieron una revelación.
"Lo más valioso son nuestras experiencias juntos. Entre todo lo que vivimos, eso es lo que realmente importa," reflexionó Lía.
- “¡Exacto! ” asintió Tomás, “la verdadera magia está en la amistad y en las aventuras que compartimos.”
- “¡Sí! Y no solo eso, sino en aprender juntos a enfrentar los desafíos,” añadió Nico.
Regresaron a casa, no solo con un gran recuerdo, sino también con un sentido renovado de amistad y un entendimiento profundo de lo que realmente hace especiales a las aventuras: compartirlas con aquellos a quienes queremos. Y así, desde ese día, cada vez que se enfrentaban a un nuevo reto, recordaban la selva, el árbol mágico, y cómo el verdadero deseo era seguir explorando la vida juntos.
FIN.