La Aventura en la Selva Misionera
Era un día soleado en la Selva Misionera, y un grupo de amigos estaba a punto de embarcarse en una increíble aventura. Los protagonistas eran Mateo, un niño curioso; Lila, una niña valiente; y Tobi, un pequeño y travieso loro. Juntos, decidieron explorar más allá del sendero habitual.
"¡Vamos, chicos!", dijo Mateo con entusiasmo. "He escuchado historias sobre un árbol mágico que da frutos de colores".
"¿Un árbol mágico?", exclamó Lila, brillando sus ojos. "Eso suena increíble, ¡tengo que verlo!".
Tobi, que estaba posado en un ramo, interrumpió:
"¡Yo he volado por esa zona! Dicen que los frutos pueden cumplir deseos, pero hay que tener mucho cuidado".
Emocionados, los tres amigos comenzaron su aventura. Al poco tiempo, llegaron a un lugar donde la selva se volvía más densa y espesa. Los sonidos de los animales eran cada vez más pronunciados, y el aire olía a tierra húmeda.
"¿Estás seguro de que es por aquí, Tobi?", preguntó Lila, algo dudosa.
"Sí, sólo síguenme. ¡Yo sé!", respondió el loro mientras volaba por delante.
Mientras avanzaban, se encontraron con un puente colgante que se balanceaba entre dos gigantescos árboles.
"No parece muy seguro", dijo Mateo, mirando con miedo.
"Yo te apoyo, Mateo. Solo hay que tener cuidado", le motivó Lila.
El nene respiró hondo y decidió cruzar. Un paso, otro paso, y de repente, el puente se movió violentamente.
"¡Ay, no!" gritó Mateo, apretando los ojos.
Pero entonces, Tobi volvió sobre sus alas y dijo:
"¡Cuidado! Solo hay que moverse lentamente y mirar hacia adelante".
Mateo siguió el consejo del loro, y poco después, llegó al otro lado con un enorme suspiro de alivio.
"¡Lo logré!", dijo, lleno de orgullo.
Continuaron su camino y llegaron a un claro en la selva donde un árbol enorme se alzaba majestuosamente. Sus ramas estaban llenas de frutas de varios colores.
"¡Lo encontramos!", exclamó Lila.
"¿Ven? Les dije que era real!", chilló Tobi emocionado.
Los tres amigos se acercaron al árbol y observaron los frutos.
"¿Qué hacemos ahora?", preguntó Mateo.
"¡Probémoslos!", sugirió Lila.
Dos de ellos escogieron una fruta amarilla y la probaron.
"Sabe a piña", dijo Lila. "Es deliciosa".
Pero Mateo, que había elegido una fruta roja, comenzó a saltar de alegría.
"¡No lo puedo creer! ¡Puedo volar!", clamó, y de repente, sus pies comenzaron a despegar del suelo.
"¡Mateo, cuidado!", gritó Tobi.
Todo pareció cambiar cuando, en un abrir y cerrar de ojos, Mateo se elevó entre los árboles, dejando a sus amigos atónitos.
"¡Esto es increíble! Pero... ¡necesito bajar!", gritó Mateo, un poco asustado.
Lila pensó rápido, mirando hacia el árbol. "¡Mateo, trata de pensar en bajarte!". Mateo se concentró en desear volver a estar en el suelo.
Al instante, sintió que sus pies tocaban de nuevo el suelo.
"¡Lo logré! ¡Puedo pedir deseos!", dijo Mateo, con una sonrisa en su rostro.
"¿Podemos pedir más deseos?", preguntó Lila emocionada.
"Pero hay que tener cuidado con lo que deseamos", advirtió Tobi. "Los deseos pueden traernos problemas si no pensamos bien".
Los amigos discutieron y decidieron usar sus deseos para ayudar a la selva. Cada uno pidió algo: Lila pidió que hubiera más árboles, Mateo que hubiera agua limpia, y Tobi deseó que los animales tuvieran un hogar seguro.
De repente, comenzaron a ocurrir cosas mágicas. Nuevos brotes de árboles emergieron del suelo, el agua comenzó a fluir por un arroyo cercano, y los animales aparecieron riendo y jugando.
"¡Miren! Lo logramos", exclamó Lila.
Pero, de repente, el cielo comenzó a oscurecerse y el viento a soplar fuerte. Los deseos, aunque mágicos, estaban provocando un gran cambio en la naturaleza que ellos no habían anticipado.
"¿Qué pasa?", preguntó Mateo, ahora preocupado.
"Creo que los deseos se han descontrolado", dijo Tobi, aterrizando junto a ellos. "¡Debemos revertirlo!".
Los tres amigos se unieron y juntos pidieron que todo volviera a la normalidad, y de inmediato, el clima se calmó, y la selva volvió a su equilibrio.
"Teníamos que pensar mejor, y no dejar que la magia nos descontrolara", reflexionó Lila.
De regreso al pueblo, los tres amigos se prometieron ser siempre responsables con la naturaleza y que, aunque la aventura fue emocionante, el verdadero tesoro era el valor de cuidar juntos la selva.
Y así, con sus corazones llenos de ilusión y respeto por la naturaleza, Mateo, Lila, y Tobi volvieron a su hogar, listos para contarle a todos sobre su increíble aventura en la Selva Misionera y a seguir protegiéndola.
FIN.