La Aventura en los Llanos de Portuguesa



En un pequeño pueblo de los llanos de Portuguesa, vivía una niña llamada Lucía. Lucía tenía un espíritu aventurero y siempre soñaba con explorar los vastos llanos que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Su mejor amigo, un pequeño armadillo llamado Tata, era su compañero inseparable.

Una mañana, mientras el sol brillaba y los pájaros cantaban, Lucía decidió que era el día perfecto para una gran aventura. "¿Vamos, Tata? ¡Es hora de conocer los secretos de los llanos!"- dijo emocionada. Tata, que era un poco más cauteloso, respondió: "¿Pero qué tal si nos perdemos?"-

"No te preocupes, yo tengo un mapa que hizo mi abuelo. ¡Vamos!"- Lucía tomó su mochila, llena de bocadillos y agua, y los dos amigos partieron hacia el horizonte.

Mientras caminaban, se encontraron con una gran charca llena de ranas y sapos. "Mirá, Tata, ¡podemos hacer amigos aquí!"- exclamó Lucía. Ambas criaturas los miraban curiosos, especialmente una rana que parecía más valiente que las demás.

"Hola, ranas, soy Lucía y él es mi amigo Tata. ¿Qué hacen aquí?"- preguntó Lucía.

La rana más atrevida, que se llamaba Rina, saltó cerca de ellos y dijo: "Estamos aquí esperando a que llueva, así volveremos a tocar las melodías de la charca! ¿Quieren escucharlas?"-

Lucía y Tata se sentaron junto a la charca, disfrutando de las simpáticas canciones de las ranas. Sin embargo, el tiempo pasaba rápido y el sol comenzaba a descender. "Creo que deberíamos seguir explorando,"- sugirió Tata, ansioso por no perderse en el camino de vuelta.

Avanzando, llegaron a una zona donde el viento soplaba más fuerte, y frente a ellos apareció un majestuoso árbol de Ceiba. Lucía, maravillada, dijo: "¡Mirá qué grande es! Podría ser un refugio."-

De repente, algo brillante llamó su atención. Era una piedra colorida bajo las raíces del árbol. Lucía se agachó y la recogió. "¡Es hermosa! Tal vez tenga poderes mágicos!"- dijo emocionada.

"¿De verdad?"- preguntó Tata con curiosidad.

Lucía, con la piedra en la mano, pronunció: "Si esta piedra tiene magia, ¡haz que podamos volar!"-

Inmediatamente, comenzaron a sentir un ligero levantamiento, como si el viento los abrazara. Ambos se miraron con asombro antes de elevarse un poco y caer riendo sobre la hierba. "Esto es increíble, pero no creo que debamos volar muy alto"- dijo Tata, un poco asustado.

"Quizás tengamos que descubrir cómo usarla mejor,"- propuso Lucía. En ese instante, un grupo de aves pasó volando, y ella les gritó: "¡Ayúdennos! ¿Cómo podemos volar como ustedes?"-

Los pájaros se acercaron y una hermosa guacamaya, de plumas coloridas, se posó frente a ellos. "La verdadera magia de volar está en el corazón. Si quieren volar, deben aprender a ser valientes y a creer en sí mismos,"- les explicó la guacamaya.

"Entonces, debemos entrenar para volar en nuestros propios términos. Pero, ¿cómo?"- preguntó Lucía.

"Conocemos un lugar donde pueden aprender. ¡Síganme!"- dijo la guacamaya, volando frente a ellos. Lucía y Tata siguieron a la guacamaya hasta llegar a un claro donde había un círculo de aves.

Allí, las aves les enseñaron a ser valientes, a saltar y a dejarse llevar por el viento. Después de un largo día lleno de risas y ensayos, se sentaron a descansar bajo el árbol de Ceiba. "Lo logré!"- dijo Lucía, llena de alegría. Tata, con una gran sonrisa, añadió: "¡Y yo también!"-

Ya al caer el sol, la guacamaya les dijo: "El verdadero vuelo viene de la confianza en uno mismo y el trabajo en equipo. Nunca dejen de soñar y explorar. ¡Hasta pronto, amigos!"-

Con el corazón lleno de gratitud, Lucía y Tata volvieron a casa, sabiendo que la verdadera aventura estaba en creer en sí mismos y en su amistad. Desde aquel día, Lucía siempre llevaba la piedra mágica, no porque le diera poder, sino porque simbolizaba su propia valentía.

Y así, en los llanos de Portuguesa, Lucía y Tata continuaron explorando y descubriendo los misterios de su hogar, cada día un poco más valientes y seguros.

FIN.

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