La Aventura Espacial de Tomás y Ana
Era un día soleado en un pequeño pueblo de Uruguay. El sol brillaba en el cielo y los pájaros cantaban alegremente. De repente, el silencio fue interrumpido por un suave susurro. Un colorido spaceship se posó sobre un campo, dejando a todos los habitantes del pueblo maravillados.
Tomás, un niño aventurero de once años, fue el primero en acercarse.
"¡Wow! ¡Mirá! ¡Una nave espacial! ¿Es de verdad?"
Ana, su mejor amiga, que siempre estaba lista para la aventura, lo siguió de cerca.
"Creo que alguien está saliendo".
Los niños se quedaron en la puerta del campo, nerviosos pero emocionados. Una rampa se abrió lentamente y de la nave apareció una figura alta y delgada, cubierta de un brillante traje plateado. Tenía grandes ojos violetas y una sonrisa cálida.
"¡Hola, pequeños terrícolas!" dijo la figura con una voz suave. "Soy Zorak, un explorador de un planeta llamado Glosar."
Los niños soltaron un grito de alegría.
"¿Qué estás haciendo aquí, Zorak?" preguntó Tomás.
"He venido a aprender sobre su planeta. Y también a compartir un poco de mi sabiduría sobre la importancia de cuidar el medio ambiente".
Los niños, intrigados, invitaron a Zorak a dar un paseo por el pueblo. Mientras caminaban, Zorak les mostró unas fotografías de su planeta. Era un lugar lleno de colores vibrantes, árboles de formas extrañas, y ríos de agua cristalina. Pero también les habló de cómo en Glosar habían tenido que aprender a cuidar su mundo después de haberlo dañado.
"Cada uno de ustedes puede hacer una diferencia aquí en la Tierra. Cuidar los árboles, no tirar basura y ahorrar agua son maneras de proteger su hogar". Zorak explicó, mientras los niños lo escuchaban con atención.
Tomás levantó la mano.
"¿Podemos ayudar a proteger nuestro pueblo?"
"¡Claro!" dijo Zorak. "Si todos ustedes trabajan juntos, pueden crear un gran cambio. Puede ser a través de una campaña de limpieza o plantando más árboles. ¡Las posibilidades son infinitas!"
Con la energía renovada, Tomás, Ana y sus amigos decidieron que organizarían una gran semana de la limpieza. Pasaron días preparando carteles, armando un plan y animando a todos en el pueblo a participar. Zorak se quedó con ellos, ayudándoles a entender mejor los recursos de su planeta y cómo estos se reflejaban en la Tierra.
El día de la gran limpieza llegó y una multitud se reunió. Los niños lideraron a los adultos, guiando con entusiasmo a través del pueblo. La risa llenaba el aire mientras recogían basura, pintaban murales y plantaban árboles. Al final del día, se sentaron a descansar, rodeados de risas y alegría, y vieron cómo el entorno había cambiado para mejor.
"Miren lo que hicimos juntos", les dijo Zorak, con una lágrima de felicidad en sus ojos violetas. "Este es el verdadero poder del trabajo en equipo y el cuidado del medio ambiente".
Esa misma noche, mientras los niños se reunían alrededor de la nave espacial, Zorak preparó su viaje de vuelta.
"Recuerden siempre, amigos, cada pequeño acto cuenta. Nunca subestimen lo que pueden lograr juntos".
Con un chasquido de alegría y una promesa de volver, Zorak abordó su nave. Mientras despegaba, los niños miraron al cielo estrellado, sintiéndose inspirados y con la determinación de cuidar su hogar.
Y así, de aquel día, la pequeña aldea de Uruguay se convirtió en un símbolo de unidad y amor por el medio ambiente. Los niños aprendieron que incluso los más pequeños pueden hacer una gran diferencia, y ya nunca volvieron a mirar al cielo sin recordar la amistad especial que habían hecho con un viajero espacial.
FIN.