La Aventura Nocturna de Ángel



Era una noche clara y estrellada en el pequeño pueblo de Colibrí, donde todos los niños soñaban con aventuras extraordinarias. Entre ellos estaba Ángel, un chico curioso y valiente, siempre dispuesto a aprender algo nuevo. Esa noche, sin embargo, su corazón latía con nerviosismo.

Después de un largo día, Ángel se había preparado para dormir, pero de repente recordó que había dejado su mochila en la escuela. En ella estaba su tarea sobre los planetas que debía entregar al día siguiente. Sintiéndose preocupado, decidió que no podía esperar hasta la mañana.

"¡Debo conseguir mi mochila!" se dijo a sí mismo. Se vistió apresuradamente y salió de casa rumbo a la escuela. La luna iluminaba su camino, y las estrellas parecían parpadearle en complicidad.

Al llegar a la escuela, se dio cuenta de que las puertas de los salones estaban cerradas. "¿Y ahora qué hago?" se preguntó. Entonces, miró hacia la barda que rodeaba el patio. Puede que sea un poco arriesgado, pero su mochila estaba al otro lado.

"Tal vez si logro subir, pueda entrar al salón por la ventana," pensó. Así, con determinación en su corazón, Ángel se preparó para escalar la barda.

Mientras subía con cuidado, un fuerte ruido lo asustó. De repente, escuchó un maullido. Se asomó un poco y vio a un pequeño gato negro encaramado en la barda.

"¡Hola, amigo!" dijo Ángel, aliviado por no estar solo. "¿Qué haces aquí?"

El gato lo miró con ojos curiosos y, como si entendiera la situación, maulló de nuevo.

"Creo que tú también necesitas ayuda. ¿Quieres venir conmigo?" le preguntó. Sorprendentemente, el gato saltó a la espalda de Ángel, como si aceptara la invitación.

Ya en el otro lado de la barda, Ángel buscó la ventana del aula donde había dejado su mochila. "Espero que no esté muy lejos", murmuró. Al asomarse, vio su mochila tirada en el suelo.

"¡Ahí está!" exclamó. Intentó abrir la ventana, pero estaba cerrada con llave. En ese momento, sintió una punzada de desánimo. "No puedo rendirme ahora. Tengo que intentar otra cosa."

Decidido, se dio cuenta de que en la escuela había un jardín con muchas plantas. "Tal vez si puedo buscar algo que me ayude a abrir la ventana..." pensó. Se asomó al jardín y encontró una vara larga. Con ella, intentó abrir la ventana con cuidado, hasta que, ¡click! La ventana se abrió.

"¡Lo logré!" gritó con alegría. Con mucha atención, Ángel se deslizó por la ventana y rápidamente agarró su mochila.

Pero cuando estaba por salir, se dio cuenta de que el gato también quería entrar. "¿Como hiciste para venir hasta acá?" le preguntó Ángel, sonriendo. El gato, en respuesta, lo miró con sus grandes ojos y maulló, como si dijera: "No hay problema, amigo. ¡Yo también quiero aventuras!"

Al salir, Ángel cerró la ventana suavemente y se acomodó la mochila. "Gracias por acompañarme, pequeño. Pero ahora, tenemos que volver a casa. Mañana será un gran día en la escuela."

Al caminar hacia la barda, Ángel miró al cielo y se sintió agradecido por la aventura inesperada. "Aunque no lo creas, esta fue una experiencia maravillosa," le dijo al gato, que lo seguía.

Cuando finalmente regresó a casa, el gato le ronroneó suavemente, como si estuviera contento de haber compartido aquella noche juntos. Y desde entonces, Ángel decidió nombrarlo Estrella, en memoria de aquella noche brillante.

A la mañana siguiente, Ángel llegó puntual a la escuela y presentó su tarea sobre los planetas. Aunque su aventura fue un poco peligrosa, aprendió que con valentía y creatividad siempre se pueden superar los obstáculos. Y además, había ganado un nuevo amigo.

Desde ese día, Ángel y Estrella se convirtieron en inseparables. Juntos exploraban el mundo, para aprender y vivir nuevas aventuras, pero siempre recordando que la amistad es el mayor tesoro.

FIN.

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