La Aventura Nocturna de Juan y Nadia



Era un caluroso día de verano, y Juan estaba agotado. Después de un día lleno de juegos en el parque y carreras en la calle con sus amigos, el sol se estaba poniendo y la luna comenzaba a brillar en el cielo. "Es hora de dormir, Juan", dijo su mamá, mientras lo veía bostezar.

Sin embargo, Juan sólo podía pensar en lo divertido que sería jugar con su hermana menor, Nadia. A pesar de que ya era tarde, su mente estaba llena de ideas de aventuras.

"Pero mamá, ¡Nadia y yo podemos jugar a ser exploradores en la selva!" - insistió Juan, con su mirada llena de entusiasmo.

"Juan, ya es de noche. La selva no es un lugar seguro en la oscuridad. Mejor descansen y mañana podrán jugar como locos" - respondió su mamá con una sonrisa.

Juan se sintió un poco decepcionado al escuchar eso, pero cuando miró a Nadia, que estaba sentada en el suelo jugando con sus muñecas, su corazón se llenó de una chispa de ideas.

Juan se acercó a su hermana. "Nadia, ¿qué tal si hacemos nuestra propia selva aquí en casa?"

Los ojos de Nadia se iluminaron. "¡Sí! Podemos usar mantas y almohadas para hacer cuevas y árboles. ¡Y nosotros seremos los valientes exploradores!"

Y así, mientras la casa se hacía más oscura, los dos hermanos comenzaron a juntar mantas, almohadas y cualquier cosa que pudieran encontrar.

En poco tiempo, habían transformado el salón en una selva mágica. Había cuevas de almohadas, un río de sábanas azules y hasta un volcán de cojines. Era un espectáculo digno de ver.

"¡Mira, Juan! ¡Soy una tigresa!" - dijo Nadia, mientras se arrastraba por el suelo.

"Y yo soy un cazador valiente que debe proteger a la tigresa de los peligros de la selva" - respondió Juan, saltando de una almohada a otra.

Ese momento mágico continuó por un buen rato, hasta que ambos se dieron cuenta de que estaban realmente cansados.

"Esto es increíble, pero tengo mucho sueño" - dijo Juan, ya con los ojos entrecerrados.

"Yo también, pero no quiero que se termine nuestra aventura" - dijo Nadia, abrazando a su hermano.

Entonces Juan tuvo una idea. "¿Y si contamos nuestras aventuras mientras nos vamos a dormir? La selva puede seguir viviendo en nuestros sueños".

Sonrieron y se acomodaron en su 'cueva' de almohadas.

"Érase una vez, en una selva lejana, un tigre y un valiente cazador..." - comenzó Juan, y así, entre risas y emoción, los dos fueron contando historias hasta que finalmente se dejaron vencer por el sueño.

A la mañana siguiente, el sol entró por la ventana, iluminando sus caras. Ambos despertaron con una sonrisa.

"¿Te acordás de la selva de anoche?" - preguntó Nadia, estirándose.

" ¡Claro! Hoy podemos explorarla de nuevo, ¡y hasta podemos invitar a mamá y papá!" - gritó Juan, emocionado.

Así, aprendieron que no siempre hay que esperar a que llegue la noche para ser creativos. Las mejores aventuras pueden suceder en casa, y sobre todo, con la familia. Jugar, soñar y crear es como vivir en un mundo lleno de posibilidades, y a veces, esos sueños son aún más divertidos cuando los compartimos.

Desde ese día, Juan y Nadia prometieron que cada vez que llegara la noche, harían su propia selva en casa, regalándole al mundo los sueños que nacían en sus corazones.

FIN.

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