La ayuda de Daniela


Daniela estaba sentada en el sofá, mirando por la ventana. Había preparado todo para la cena: una sopa de verduras caliente y un plato principal de pollo con arroz. Pero su padre aún no había vuelto del trabajo.

- ¿Por qué tarda tanto papá? -se preguntó Daniela en voz alta. Justo en ese momento, sonó el teléfono. Daniela corrió a atenderlo. - Hola, ¿sí? - Hola hija, soy tu papá.

No voy a poder volver a casa hoy -dijo su padre con voz triste-. Tuve que quedarme en el trabajo hasta tarde para terminar un proyecto importante.

Daniela sintió como si le hubieran quitado un peso de encima al saber que su papá estaba bien, pero también se preocupó por él. - Papá, ¿estás cansado? -preguntó ella preocupada-. Si quieres puedo ir a buscarte. - No te preocupes hija, estoy bien. Gracias por ofrecerte -le dijo su padre con cariño-.

Disfruta de la cena que hiciste y nos vemos mañana temprano. Daniela colgó el teléfono y se quedó pensativa durante unos minutos.

Sabía que su papá trabajaba duro para mantenerlos a ella y su mamá, pero nunca antes había tenido que quedarse tanto tiempo en el trabajo. Se preguntaba cómo podía ayudarlo mientras él estaba tan ocupado.

Decidió hacer algo especial para cuando regresara al día siguiente: iba a prepararle el desayuno favorito de su papá: huevos revueltos con tostadas y jugo de naranja fresco. Al día siguiente, Daniela se levantó temprano y comenzó a cocinar. Cuando su papá llegó a casa, se sorprendió al ver la mesa del desayuno preparada para él.

- Hola papá, buenos días -lo saludó Daniela con una sonrisa-. Espero que te guste el desayuno que hice para ti. - ¡Wow! Esto es increíble hija -dijo su padre emocionado-. Gracias por hacerme sentir especial.

Daniela se sintió muy feliz de poder ayudar a su papá de alguna manera. Aprendió que no importaba cuán pequeña fuera la ayuda, siempre podía hacer una diferencia en la vida de alguien más.

Desde ese día en adelante, Daniela comenzó a buscar maneras de ayudar a su papá cuando estaba ocupado en el trabajo. A veces le llevaba un almuerzo casero o lo llamaba para preguntarle cómo había sido su día.

Siempre encontraba formas de hacerle saber que lo quería y apreciaba todo lo que hacía por ella y su familia. Y así, Daniela aprendió una valiosa lección: nunca es demasiado pequeño para marcar una gran diferencia en la vida de alguien más.

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