La ayuda en la tormenta


Juan y Pedro eran dos amigos inseparables que vivían en un barrio tranquilo de la ciudad.

Un día, mientras jugaban en el parque, se dieron cuenta de que nunca habían visitado el parque de diversiones que estaba al otro lado de la ciudad. "¡Debemos ir allí algún día! ¡Sería tan divertido!" exclamó Juan emocionado. "Sí, pero ¿cómo llegaremos allí?" preguntó Pedro preocupado.

"No te preocupes, podemos tomar el colectivo número 25 que nos llevará directamente allí", respondió Juan con una sonrisa. Así que los dos amigos juntaron todo su dinero y se subieron al colectivo rumbo al parque de diversiones.

Estaban muy emocionados por lo que les esperaba allí: montañas rusas, carruseles gigantes y juegos mecánicos increíbles. Cuando llegaron al parque, corrieron hacia las atracciones más grandes sin perder tiempo. Montaron en todas las montañas rusas y jugaron a todos los juegos posibles. Fueron uno tras otro sin cansarse ni aburrirse nunca.

Pero justo cuando estaban disfrutando del último juego del día, una tormenta repentina apareció de la nada. La lluvia comenzó a caer fuertemente y los rayos iluminaban el cielo oscuro como si fuera de día.

"¡Tenemos que salir de aquí! ¡No podemos quedarnos aquí bajo esta tormenta!" gritó Pedro asustado por los truenos fuertes. "Pero no tenemos suficiente dinero para tomar un taxi o un remis... ¿qué haremos?" dijo Juan con preocupación en su voz.

Fue entonces cuando vieron a un anciano sentado en una banca cercana. Juan se acercó y le preguntó si sabía cómo podían volver a casa bajo la tormenta. "No te preocupes, mis hijos.

Tengo un paraguas grande que podemos compartir para protegernos de la lluvia mientras caminamos hasta la parada del colectivo más cercano", respondió el anciano amablemente. Juan y Pedro aceptaron su ayuda y caminaron con él hasta la parada del colectivo, protegidos por el paraguas grande.

Cuando llegaron allí, vieron que el colectivo estaba lleno de gente y no había espacio para ellos. "¿Qué haremos ahora?" preguntó Pedro desanimado. Fue entonces cuando una mujer mayor se acercó a ellos y les ofreció sus asientos en el colectivo.

"No puedo soportar ver a estos niños mojados bajo la lluvia", dijo ella con una sonrisa gentil en su rostro. Juan y Pedro se sintieron muy agradecidos por toda la ayuda que habían recibido ese día.

Aprendieron que siempre hay alguien dispuesto a ayudar cuando más lo necesitas. Finalmente llegaron a casa sanos y salvos, cansados pero felices por todas las aventuras vividas ese día.

Prometieron volver al parque de diversiones algún día, pero esta vez estarán mejor preparados para cualquier eventualidad que pudiera aparecerles en su camino.

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