La Basquetbolista Alada



En un pequeño pueblo llamado Voleando, donde los árboles eran altos y el sol brillaba con fuerza, había una peculiar basquetbolista llamada Carla, que en vez de piernas, tenía alas. Carla era un hermoso colibrí que amaba jugar al básquet. Su pasión por este deporte era tan grande que no podía dejar de soñar con encestar la pelota en la cancha más cercana.

Un día, mientras practicaba sus tiros en un parque, fue descubierta por un grupo de chicos que jugaban al básquet.

- ¿Qué hace una colibrí en la cancha? - se rió Tomás, el más grande del grupo.

- ¡Voy a ser la mejor basquetbolista del mundo! - respondió Carla con determinación.

Los chicos estallaron en carcajadas, pero de pronto, Carla hizo un fabuloso movimiento, volando y encestando la pelota en la canasta con una pirueta.

- ¡Increíble! - exclamó Laura, una de las chicas, con los ojos abiertos de par en par. - ¡No puedo creer lo que acabo de ver!

Desde ese momento, los chicos comenzaron a animar a Carla y a invitarla a jugar con ellos. Al principio, era complicado coordinar su vuelo con el juego en equipo, pero Carla no se rindió. Practicaba todos los días, incluso cuando llovía. Con el tiempo, se fue haciendo más y más hábil.

Sin embargo, en una ocasión, la profesora de educación física decidió organizar un torneo de básquet entre las distintas escuelas del pueblo. Todos estaban emocionados, ¡pero Carla estaba aterrorizada!

- ¿Y si no puedo jugar con los demás? - pensó para sí misma, asustada.

- No puedo volar en la cancha con un montón de chicos corriendo por ahí. - Se lamentaba en voz baja.

Pero su amiga Laura la alentó:

- ¡No te preocupes, Carla! ¡Tienes mucho talento y no dejes que un simple torneo te detenga!

Con ese empujón, decidió inscribirse en el torneo. Días antes del evento, Carla y sus amigos comenzaron a entrenar juntos para pulir la estrategia. A pesar de las diferencias entre un colibrí y los humanos, lograron formar un equipo sólido y se volvieron muy buenos amigos.

El día del torneo, la cancha estaba repleta de gente. Carla sentía que sus alas latían con fuerza mientras miraba a su alrededor.

- ¡Chicos, ¡podemos hacerlo! - gritó, volando sobre ellos para motivarlos.

El torneo comenzó y el equipo de Carla se enfrentó a un grupo muy fuerte. Al principio, el rival los estaba superando en el marcador.

- ¡No se rindan! - exclamó Laura. - ¡Tenemos que jugar juntos!

Así que el equipo comenzó a pasar la pelota de manera más estratégica y finalmente, tras un gran esfuerzo, lograron empatar el partido.

En los últimos minutos, Carla tuvo una brillante idea. Usando sus alas, realizó un vuelo acrobático que tomó a todos por sorpresa y con un golpe perfecto, encestó la pelota justo cuando sonó la bocina final.

- ¡Lo logramos! - gritó Tomás mientras el público estallaba en vítores.

El equipo celebró con abrazos y risas. Aunque no ganaron el primer lugar, se sintieron como verdaderos campeones.

- ¡Eres una basquetbolista increíble, Carla! - le dijo Laura. - Nos enseñaste a nunca rendirnos y a buscar siempre la felicidad en lo que hacemos.

A partir de ese día, Carla no solo fue conocida como la primera colibrí basquetbolista, sino que también fue una inspiración para todos en el pueblo de Voleando. Las diferencias eran algo lindo y cualquier sueño, por inusual que parezca, puede volar alto si te esfuerzas y trabajas en equipo.

Así, con su pequeña gran historia, Carla demostró que no hay límites cuando se trata de seguir lo que uno ama. Todos, ya sean chicos humanos o aves, pueden hacer cosas sorprendentes si se esfuerzan. Y así, el pueblo de Voleando siempre recordará la lección de la basquetbolista alada que nunca dejó de volar.

Y colorín Colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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