La Batalla de los Biquingos



Había una vez en un lejano bosque, un biquingo llamado Roberto. Su vida estaba llena de aventuras y amigos, pero un día, la paz del bosque se vio amenazada. No muy lejos, dos bandidos, Pepito y Martino, decidieron que querían apoderarse de un dulce árbol de cerezas, el más grande del bosque.

Roberto, con su corazón generoso, no podía permitir que eso sucediera. Reunió a sus amigos Juan y José para planear cómo proteger el árbol.

"Tenemos que hacer algo, chicos. Ese árbol es el corazón de nuestro bosque y no podemos dejar que lo destruyan", dijo Roberto decidido.

"Sí, pero son más fuertes y más grandes que nosotros", contestó Juan.

"No se trata de fuerza, sino de estrategia", interpuso José, quien siempre tenía una idea brillante.

Los tres amigos se sentaron a pensar. Tenían que vencer a Pepito y Martino, pero antes de eso, debían unirse bajo un plan. Así que decidieron construir un fuerte con ramas y hojas cerca del árbol de cerezas.

Mientras tanto, Pepito y Martino estaban al tanto de los planes de los biquingos. Habían estado observando.

"¡No podemos dejar que se interpongan en nuestro camino, Martino!", exclamó Pepito con maldad.

"Exacto. Los aplastaremos y luego reclamaremos el árbol para nosotros", respondió Martino, frotándose las manos.

Llegó el día de la batalla. Roberto, Juan y José se atrincheraron en su fuerte, listos para enfrentar a sus enemigos. Cuando Pepito y Martino llegaron, se sorprendieron de ver el fuerte.

"¡Miren ese fuerte improvisado! No tenemos tiempo para tonterías, salgamos a luchar", gritó Martino, tomando la delantera.

"¡No tan rápido!", replicó Roberto, asomándose detrás de unas hojas.

Las dos partes se enfrentaron, pero pronto se dieron cuenta de que la batalla no era tan sencilla. Roberto y sus amigos tenían ingenio y, sobre todo, trabajaban en equipo.

"Vamos a usar nuestras habilidades", sugirió Juan, que era muy ágil y rápido.

"Yo puedo desviarlos con una trampa de ramas", agregó José, que le encantaba hacer inventos divertidos.

Con cada movimiento, Roberto, Juan y José lograban evadir los ataques de Pepito y Martino, mientras se reían y se animaban. Pero, de repente, ocurrió algo inesperado. La trampa de José se activó, y unas ramas cayeron sobre Pepito y Martino. n"¡Ay! ¡Esto duele!", gritó Pepito, mientras trataba de salir de la trampa.

"¡Esto no sirve! ¡Escapemos!", dijo Martino, asustado.

Y así fue como Pepito y Martino decidieron dejar de lado su plan y retirarse.

"Tal vez no valga la pena pelear por un árbol", dijo Pepito, mientras salían corriendo.

"Sí, ¿por qué no podemos compartirlo?", contestó Martino.

Roberto, Juan y José, al verlos huir, sintieron una pequeña pena. No querían enemigos. Entonces, Roberto se acercó y les gritó.

"¡Esperen! ¡No tienen que huir! Podemos encontrar una solución juntos!"

Esto sorprendió a Pepito y Martino, que se detuvieron y se miraron entre sí.

"¿Qué propones, biquingo?", preguntó Martino con curiosidad.

"Podemos turnarnos para recoger cerezas. Así todos disfrutamos de su dulzura", sugirió Roberto con una sonrisa amplia.

Los dos enemigos se miraron pensativos. Finalmente, Pepito asintió.

"Estaba equivocado. Deberíamos aprender a dividir en lugar de pelear. Suena bien", admitió.

"¡Sí! La amistad es más dulce que cualquier cereza!", agregó Martino emocionado.

Desde aquel día, Roberto, Juan y José, junto con Pepito y Martino, se convirtieron en buenos amigos. Juntos, cuidaban el árbol de cerezas, compartían sus frutos y se reían de las aventuras que habían vivido.

Y así, en aquel bosque lejano, aprendieron que la verdadera guerra no era contra los demás, sino contra la falta de comprensión, y que siempre había espacio para la amistad. Y vivieron felices, siempre listos para nuevas y emocionantes aventuras, pero esta vez, juntos.

FIN.

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