La Billetera Perdida de Miguel



Era una mañana soleada en el pequeño pueblo de Valleverde, donde Miguel, un niño de diez años, paseaba tranquilamente con su perro, Lúcio. De repente, algo brilló en el suelo. Miguel se agachó y encontró una billetera de cuero marrón.

"¡Mirá, Lúcio! ¿Qué será esto?" - dijo Miguel emocionado, mientras abría la billetera con cuidado. Dentro había un montón de billetes, algunas monedas y un documento que identificaba al dueño: el Sr. González, un hombre mayor que siempre compraba el pan en la panadería del pueblo.

Poco después, Miguel se encontró con sus amigos, Tomás y Valentina, que estaban jugando a la pelota en el parque.

"¡Chicos! ¡Miren lo que encontré!" - exclamó Miguel mostrando la billetera.

"¡Guau! ¡Qué cantidad de plata!" - dijo Tomás, los ojos llenos de asombro. "¿Y si nos quedamos con el dinero? Podríamos comprar un montón de golosinas."

Valentina, que siempre tenía un buen sentido de lo correcto, se quedó pensativa.

"Pero Miguel, eso no es tuyo. ¿Qué pasa si alguien lo está buscando?" - dijo con preocupación.

Miguel frunció el ceño, sintiendo cómo un nudo se formaba en su estómago. ¿Qué debería hacer? Una parte de él quería disfrutar de esa magia de tener tanto dinero, pero otra sabía que no era lo correcto.

"Es cierto, Valen. Pero... no estoy seguro de qué hacer. ¿Y si el Sr. González no lo reclama?" - murmuró Miguel, perdiéndose en sus pensamientos.

"Es mejor dejarlo en una esquina del parque y que lo encuentre quien lo necesita" - propuso Tomás, pero Valentina no estaba de acuerdo.

"¡No, Tomás! Eso sería igual de malo, porque nosotros lo encontramos. Lo mejor es devolverlo. Vamos a la panadería a buscarlo."

"Pero somos solo niños, ¿habrá alguien que nos escuche?" - preguntó Miguel.

"Si, ¡el Sr. González! Él necesita su billetera. ¡Vamos!" - insistió Valentina.

Lúcio movía la cola, como si también estuviera de acuerdo con la decisión de Valentina. Con el corazón todavía palpitando por la emoción y cada vez más decidido, Miguel tomó la billetera y dijo:

"Está bien, vamos a buscar al Sr. González."

Los tres amigos se dirigieron hacia la panadería, imaginando cómo se sentiría el Sr. González al recuperar su billetera. Al llegar, Miguel sintió mariposas en el estómago. Cuando entró, el olor del pan recién horneado los envolvió. El dueño, el Sr. González, estaba detrás del mostrador.

"¡Hola, Miguel, Tomás, Valentina! ¿Qué los trae por acá?" - preguntó el anciano con una sonrisa.

Con un poco de nerviosismo, Miguel se acercó.

"Hola, Sr. González... eh... encontramos esto..." - dijo Miguel, sacando la billetera del bolsillo.

Los ojos del anciano se iluminaron. "¡Oh! ¡Mi billetera!" - exclamó, extendiendo las manos. "¿Dónde la encontraron?"

"En el parque. Sabíamos que era suya y queríamos devolverla" - respondió Miguel, sintiéndose aliviado al ver la alegría en el rostro del Sr. González.

El anciano sonrió con gratitud y abrazó a Miguel.

"No muchos jóvenes hoy en día se comportan de esta manera. Estoy muy orgulloso de ustedes. Como agradecimiento, me gustaría invitarles a una galletita. ¿Les parece?" - sugirió el Sr. González, sirviendo unas galletas recién horneadas en el mostrador.

La sonrisa de los tres amigos se volvió aún más ancha.

"¡Claro que sí!" - contestó Valentina, y todos compartieron unas deliciosas galletas mientras escuchaban al Sr. González contarles historias de su juventud.

Al salir de la panadería, Miguel se sintió feliz y liviano.

"Hicimos lo correcto, ¿no?" - dijo Miguel mientras acariciaba a Lúcio.

"Sí, Miguel. Siempre es mejor ser honesto" - respondió Valentina.

Tomás se unió al entusiasmo.

"¡Y el Sr. González nos invitó a galletas! ¡Eso es lo mejor!" - rió.

Desde aquel día, Miguel nunca olvidó la importancia de ser honesto y de ayudar a quienes lo necesitaban. Y así, aunque el dinero en la billetera no era suyo, ganó algo mucho más valioso: la satisfacción de hacer lo correcto y el cariño de un amigo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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