La Bruja de la Cueva y el Secreto de la Amistad



Había una vez, en un bosque espeso y oscuro, una bruja llamada Griselda. Vivía en una cueva profunda, rodeada de árboles altos y el sonido del viento que silbaba entre las ramas. Griselda tenía una escoba que parecía un poco desgastada, y su nariz, larga y torcida, siempre la hacía ver un poco peligrosa. La mayoría de los niños del pueblo le tenían mucho miedo, porque decían que era muy mala y que encantaba a quienes se atrevían a acercarse a su cueva.

Un día, un grupo de niños curioseó sobre la bruja. "¿Por qué no vamos a ver si es tan mala como dicen?", propuso Lucas, el más aventurero del grupo.

"¡Pero si nos va a convertir en sapos!", respondió Sofía, asustada.

"No voy a volverme un sapo, no seas miedosa, Sofía. Vamos, ¡será divertido!", dijo Lucas.

Con un poco de reluctancia, los niños decidieron acercarse a la cueva. Cuando llegaron a la entrada, Griselda estaba sentada en una piedra, removiendo una olla burbujeante. "¿Qué hacen ustedes aquí, pequeños?", preguntó con voz feroz.

Los niños se miraron entre sí, temiendo la respuesta. "Venimos a ver si es cierto que usted es mala...", dijo Lucas, tratando de sonar valiente.

Griselda los observó con sus ojos afilados.

"¿Y a ustedes qué les importa?", respondió, frunciendo el ceño. Por un momento, los niños pensaron en correr, pero entonces Sofía se armó de valor y dijo:

"Porque todos tenemos miedo de usted. Nos dicen que es una bruja malvada. Pero, ¿por qué es así?".

Griselda se quedó en silencio, sorprendida. ¿Qué podía responder? Era cierto que siempre había estado sola, y que había elegido la maldad para protegerse.

"Yo...", comenzó a decir, "no siempre fui así. La gente que me conoció hace tiempo me trató mal. Desde entonces, decidí que la única forma de no ser herida era ser temida".

Los niños miraron a Griselda con curiosidad. "¿Y si le damos una oportunidad?", sugirió Lucas. "Podríamos conocernos mejor".

Griselda nunca había pensado en esa posibilidad. "¿Conocerme mejor? ¿Ustedes harían eso?", preguntó, incrédula.

"Sí, por qué no. A lo mejor, ¡podemos aprender magia juntos!", exclamó Sofía.

Con una mezcla de sorpresa y desconfianza, Griselda aceptó. Los niños comenzaron a visitar la cueva todos los días. La bruja les enseñaba encantamientos simples, como hacer que las hojas flotaran y que las flores crecieran más rápido. Y así, poco a poco, una extraña amistad fue brotando entre ellos.

Un día, mientras jugaban en el bosque, escucharon un llanto que provenía de un arbusto cercano. Al acercarse, se encontraron con un pequeño conejito atrapado. "¡Ayuda!", chilló el conejito, "no puedo salir de aquí".

"Debemos ayudarlo", dijo Sofía, ansiosa.

"Pero, ¿cómo?", preguntó Lucas. Griselda, viendo que los niños querían ayudar, se acercó y levantó su escoba. "Permítanme". Al pronunciar una palabra mágica, el arbusto se apartó, liberando al pequeño conejito.

"¡Gracias, bruja!", dijo el conejito, lleno de gratitud. Griselda sonrió por primera vez en mucho tiempo.

Los niños valientes comenzaron a notar que la bruja no era tan mala después de todo. Su corazón había comenzado a cambiar. Juntos, comenzaron a ayudar a otros animales y a las personas del pueblo, extendiendo su nuevo espíritu de amistad.

"Quizás la verdadera magia sea la amistad", reflexionó Griselda un día, mirando a sus nuevos amigos.

Y desde aquel día, Griselda dejó de ser la bruja temida del bosque, y en su lugar, se convirtió en Griselda, la bondadosa bruja que ayudaba a todos. Los niños aprendieron que no hay que juzgar a las personas por su apariencia, y que a veces, detrás de una fachada un poco extraña, hay un corazón dispuesto a amar y a ser querido.

La vida en el bosque cambió para siempre, y Griselda se sintió más feliz que nunca, rodeada de sus amigos y con un nuevo propósito en su vida: hacer el bien y compartir la magia de la amistad.

FIN.

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