La Bruja de la Escoba Maniaca



Érase una vez, en un pueblo mágico llamado El Encanto, donde las flores cantaban y los ríos danzaban, vivía una bruja muy particular llamada Rosa. Rosa era conocida por todos como la Bruja de la Escoba Maniaca, porque su escoba siempre estaba en movimiento, limpiando y barriendo a su paso, dejando todo brillando como el oro.

Un día, mientras Rosa volaba por los cielos de El Encanto, vio a un pequeño gato negro atrapado en un árbol. El pobre minino maullaba con desesperación.

"¡Ayuda! Estoy atrapado, no puedo bajar!" - grito el gato.

Rosa dio un giro en el aire y se acercó.

"No te preocupes, pequeño amigo, yo te ayudaré" - dijo con una sonrisa.

Pero, mientras Rosa intentaba bajar al gato, su escoba comenzó a vibrar y a moverse sin control.

"¡No! ¡Escoba, quieta!" - exclamó Rosa, mientras intentaba sujetarla.

La escoba, como si tuviera vida propia, giró por todas partes, dejando caer hojas y ramas a su alrededor. El gato, sorprendido, se coló aún más entre las ramas.

"¡Eso no es lo que quería!" - grito Rosa, ahora preocupada. "¿Qué tal si hacemos un trato?" - propuso por miedo a que la escoba causara más problemas.

El gato, intrigado, le respondió: "¿Qué trato?"

"Si logras bajarte tú solo, prometo que aprenderé a hacer un hechizo para que tú también puedas volar como yo" - ofreció Rosa.

El gato, que era muy astuto, pensó que podría intentar bajar por su cuenta. Comenzó a saltar de rama en rama, pero no contaba con que las ramas eran muy resbaladizas. Rosa, mientras tanto, seguía luchando con su escoba.

"¡Vamos, gato! Tú puedes!" - lo animó Rosa, a pesar de lo caótica que había sido la situación.

Finalmente, el gato logró dar un salto y aterrizar en el suelo de manera graciosa, pero un tanto tambaleante.

"¡Lo logré! ¡Lo logré!" - celebró el gato, mientras saltaba de alegría.

"¡Así es! Ahora, dame la mano y te enseñaré a volar" - dijo Rosa, sonriendo.

Ambos se acomodaron en la escoba y, contra todo pronóstico, la escoba comenzó a comportarse de manera más tranquila. Rosa cerró los ojos y murmuró algunos encantamientos aprendidos de sus abuelos.

Rosa y el gato comenzaron a elevarse.

"¡Esto es increíble!" - gritó el gato emocionado. "Siento que estoy en las nubes!"

"Sí, volar es maravilloso, pero debes recordar que es importante mantener el control" - repuso Rosa.

De pronto, la escoba empezó a dar vueltas como un trompo, por lo que Rosa tuvo que redoblar su concentración.

"¡Contigo es complicado mantener el equilibrio!" - le dijo, riendo el gato.

"Jajaja, soy un gato volador!" - respondió.

Después de un rato, tanto Rosa como el gato decidieron aterrizar junto a un lago que reflejaba el cielo.

"Gracias por ayudarme, Rosa." - dijo el gato, algo más tranquilo.

"Y gracias a vos, aprendí que a veces hay que dejar que las cosas fluyan y no forzarlas" - contestó Rosa con una nueva mirada hacia su escoba.

Desde ese día, Rosa, el gato y la escoba maníaca se volvieron inseparables, viajando por el pueblo y ayudando a quien lo necesitara. Rosa comenzó a enseñarle al gato sobre la magia, y juntos crearon hechizos divertidos que llenaban de alegría a todos en El Encanto.

Y así, aprendieron que con un poco de paciencia y confianza, hasta lo más maniaco puede convertirse en una linda aventura.

Y colorín, colorado, este cuento se ha terminado.

FIN.

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