La bruja de los caramelos dulces


Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Dulcevilla, una bruja muy traviesa llamada Carmelina.

Todos los años, durante la noche de Halloween, Carmelina salía de su escondite y robaba todos los caramelos que encontraba en las casas del pueblo. Los niños de Dulcevilla estaban cansados de que sus dulces desaparecieran misteriosamente cada año. Decidieron hacer algo al respecto y se reunieron en secreto para planear cómo atrapar a la bruja ladrona.

Entre ellos estaba Lucas, un niño valiente y curioso que siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Lucas tenía una idea brillante: construirían una trampa gigante para capturar a Carmelina.

Así que con mucha creatividad e ingenio, los niños comenzaron a recolectar materiales para su trampa. Utilizaron palos, cuerdas y telas viejas para construir una red enorme justo en el centro del pueblo. Estaban seguros de que esta vez podrían detener a la malvada bruja.

Llegó la noche de Halloween y el pueblo entero estaba en silencio. Los niños esperaban ansiosos detrás de los arbustos, listos para atrapar a Carmelina cuando apareciera. De repente, escucharon un ruido extraño cerca de la casa abandonada al final del camino.

Era ella: Carmelina había llegado con su sombrero puntiagudo y su risa malvada resonando por todo el lugar. Lucas miró fijamente mientras la bruja se acercaba cautelosamente hacia las casas dejando un rastro brillante tras ella.

Se dio cuenta de que Carmelina estaba usando una varita mágica para hacer desaparecer los caramelos. Lucas se acercó sigilosamente a la bruja y, antes de que ella pudiera darse cuenta, le arrebató la varita.

Carmelina quedó sorprendida y asustada al ver al niño frente a ella. "¿Qué estás haciendo? ¡Devuélveme mi varita!"- exclamó Carmelina enojada. Pero Lucas no tenía miedo. Sabía que debía enseñarle una lección a la bruja ladrona.

"¡No te daremos tu varita hasta que prometas dejar de robar caramelos! Los niños merecen disfrutar de Halloween sin preocuparse por perder sus dulces"- respondió Lucas con determinación. Carmelina miró fijamente a los ojos del valiente niño y, finalmente, comprendió lo equivocada que había estado.

Ella también había sido una niña alguna vez y recordaba lo importante que era recibir caramelos en Halloween. Después de un momento de reflexión, Carmelina aceptó la propuesta de Lucas.

Prometió nunca más robar caramelos y juró ayudar a los niños del pueblo en lugar de molestarlos. Desde ese día, Carmelina se convirtió en una buena amiga para todos los niños de Dulcevilla. En lugar de robar caramelos, les enseñaba trucos mágicos divertidos y organizaba fiestas llenas de risas y alegría durante Halloween.

Los habitantes del pueblo aprendieron una gran lección: incluso las personas malvadas pueden cambiar si alguien les muestra bondad y comprensión.

Y así fue como el coraje y la empatía de Lucas lograron transformar a la bruja ladrona en una aliada leal y amigable.

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