En un rincón del Bosque Mágico, donde los árboles susurran secretos y los animales hablan entre sí, vivía una bruja a la que todos conocían como la Bruja Malvada.
Su casa estaba hecha de dulces y golosinas, pero el miedo que inspiraba la hacía casi invisible ante los demás.
Nadie osaba acercarse a ella, pues decían que lanzaba hechizos malvados y que tenía un corazón frío como el hielo.
Un día, un pequeño conejo llamado Tito, conocido por su curiosidad, decidió que él podía ser el que rompiera el mito.
-"¿Por qué tengo que creer que es malvada si nunca la he conocido?"- se dijo.
Tito, decidido a hablar con la bruja, reunió valor y se adentró en el bosque.
Mientras caminaba, se encontró con muchos animales que intentaban disuadirlo.
-"¡No vayas, Tito!"- gritó Clara, la tortuga.
-"Es peligrosa, ¡te puede convertir en una rana!"-
-"O te puede encerrar en su cueva para siempre!"-, agregó Lucas, el zorro.
Tito, con valentía, respondió: -"Pero, ¿y si no es así?
Tal vez necesita un amigo.
Todos merecen una oportunidad, ¿no?"
Los animales lo miraron con preocupación, pero Tito continúo su camino hasta llegar a la casa de la bruja.
Al tocar la puerta, un sonido retumbó en el aire.
La puerta se abrió lentamente y apareció la Bruja Malvada, con su sombrero puntiagudo y una mirada que, aunque parecía dura, tenía un brillo curioso.
-"¿Qué hace un conejito aquí?"- preguntó con voz grave.
-"Vine a conocerte.
Dicen que eres malvada, pero no quiero creerlo sin conocerte"- respondió Tito con sinceridad.
La bruja quedó sorprendida.
Nadie había tenido el valor de acercarse a ella sin miedo.
-"¿Y si te digo que estoy sola y triste?"- confesó la bruja, con un atisbo de melancolía en su tono.
-"¿Sola?
Pero tienes una casa maravillosa.
¡Está hecha de golosinas!"- dijo Tito, mirando con asombro las paredes de caramelo.
-"Es cierto, pero no tengo amigos.
A veces hago trucos para asustar a los demás porque pienso que eso es lo único que sé hacer"- explicó la bruja.
Tito entendió mejor la situación.
-"Quizás podríamos hacer algo juntos.
Podrías hacer magia para ayudar a los animales del bosque.
Podrías ser una bruja buena, ¡y ganar amigos!"- sugirió.
La bruja frunció el ceño.
-"¿Crees que ellos querrán ayudarme?"-
-"Si demuestras que eres amable, verás que sí.
Déjame ayudarte"- afirmó Tito.
A la bruja le brillaron los ojos.
Juntos, empezaron a hacer dulces para repartir entre los animales.
Tito enseñó a la bruja a preparar galletitas de avena y a decorar las casas de los animales con dulces.
La gente comenzó a acercarse, y la bruja comenzó a recibir visitas no solo para probar sus golosinas, sino también para hacerse su amiga.
Con el tiempo, el bosque comenzó a escuchar risas y el miedo se transformó en alegría.
Todos estaban felices por la transformación de la Bruja Malvada, que pasaba a ser la Bruja Amiga.
Cada día, más y más animales se acercaban a su casa con sonrisas y cariño.
Un día, Tito organizó una gran fiesta para celebrar.
Todos estaban invitados, incluyendo a la bruja.
-"Yo no sé bailar"- dijo la bruja, algo insegura.
-"¡No importa!
Solo sigue la música y diviértete.
Todos aprendemos juntos"- le respondió Tito.
Esa noche, la bruja bailó por primera vez en su vida.
Rió, hizo nuevos amigos y entendió que no necesitaba asustar para ser especial.
En el fondo, todos éramos un poco como la bruja: únicos, con historias que contar.
Desde ese día, el Bosque Mágico nunca volvió a estar desolado.
La Bruja Amiga y Tito hicieron magia juntos, ayudando a los animales y haciendo dulces para todos.
La soledad se convirtió en compañía, y hasta la oscuridad más profunda puede ser iluminada con un poco de amistad.
Así fue como la Bruja Malvada encontró su lugar en el mundo y todos aprendieron que lo más importante no es el miedo que se tiene de los demás, sino la apertura al corazón.