La Bruja Marta y el Festival de Colores



Era una vez en un pequeño pueblo llamado Arcoíris, una bruja llamada Marta que era conocida por su peculiar manera de ver el mundo. A diferencia de otras brujas, que preferían hacer hechizos oscuros, Marta encontraba belleza en los colores. Sin embargo, a la gente del pueblo le preocupaba que sus extrañas pociones pudieran afectar a los niños.

Un día, Marta decidió hacer un experimento. "¡Voy a convertir a los niños en colores!" -exclamó emocionada mientras revolvía su gran caldero.

Los niños del pueblo, intrigados, se acercaron a su cabaña situada en el bosque. "¿Qué estás haciendo, Marta?" -preguntó Lucas, el más curioso de todos.

"Voy a hacer una poción mágica que les dará a cada uno un color diferente. ¡Imaginen lo hermoso que se verá el pueblo con todos ustedes brillando!"

Los niños, al principio emocionados, comenzaron a reír y a imaginar cómo serían de color azul, rojo, amarillo y verde. Sin embargo, Marta les advirtió: "Pero deben recordar que no es solo por un rato. Los colores tendrán que acompañarlos siempre, al menos hasta que puedan aprender una lección importante".

Los niños se miraron entre ellos, sin saber muy bien qué hacer. Pero la curiosidad los ganó. Entonces, uno a uno, comenzaron a beber de la poción que Marta les ofrecía. "Yo quiero ser rojo como una fresa" -dijo Ana. "Y yo azul como el cielo" -agregó Lucas.

Cuando terminaron de beber, comenzaron a sentirse extraños. Uno por uno, los niños fueron transformándose en colores brillantes. Pero, sorpresa, ya no podían hablar.

"¿Qué pasó?" -preguntó Marta, alarmada.

"¡No podemos hablar ni volver a ser nosotros!" -gritó Ana, ahora una hermosa fresa roja.

"No, no es lo que esperaba. Esto no era parte del plan. ¿Qué haré?" -se lamentó Marta.

Los días pasaron, y los niños estaban atrapados en sus colores. Atraían la atención de la gente del pueblo, pero ya no podían compartir risas ni jugar. Todo lo que hacían era resplandecer en su nueva forma.

Marta, muy triste, decidió que debía hacer algo. "¡Voy a arreglar esto!" -se dijo a sí misma mientras miraba a los niños jugar sin reconocimiento de ser ellos mismos. Al caer la noche, se sentó a pensar en cómo devolverles su humanidad.

Después de horas de reflexión, tuvo una idea brillante. "Si muestran lo que aprendieron en este tiempo, tal vez pueda devolvérselos" -susurró emocionada.

Al día siguiente, reunió a los niños. "He pensado en una forma de devolverles su verdadera esencia. Necesitan demostrar su aprendizajes. Cada uno tendrá que hacer un acto de bondad y amor, pero con su nuevo color".

Los niños asintieron, aunque un poco inseguros. Al principio, tenían miedo de no poder hacerlo. Pero una vez que comenzaron, sus corazones asistieron. La fresa roja, Ana, decidió pintar las caritas de los demás niños con alegría.

"¡Mira! Este color es el color de la alegría" -explicaba mientras pintaba.

El cielo azul, Lucas, decidió organizar un picnic y ayudar a encontrar flores para adornar. "¡El azul del cielo trae calma!" -les decía.

Poco a poco, cada niño fue encontrando diversión y formas de ayudar. Se dieron cuenta de que su verdadero valor estaba en compartir y cuidar a los demás.

Cuando todos terminaron, Marta los miró y sonrió. "Lo han hecho espléndido. Ahora fueron capaces de ayudar sin importar su color. Han aprendido que lo más importante es lo que tienen en su interior".

Con un toque de su varita mágica, uno a uno, los niños volvieron a ser ellos mismos. Al terminar, el pueblo entero alabó la valentía y la creatividad de cada uno.

Desde entonces, el pueblo de Arcoíris fue conocido por su diversidad y bondad. Además, Marta se volvió la mejor amiga de los niños, quienes aprendieron que ser diferente es hermoso y valioso.

Y así, la bruja Marta, el pueblo y los niños vivieron felices, llenos de colores y siempre dispuestos a ayudar a los demás.

FIN.

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