La Bruja Samanta y el Halloween de los Dulces



Había una vez una bruja llamada Samanta que vivía en un encantador bosque en el que los árboles se llenaban de colores vibrantes en octubre. A Samanta le encantaba Halloween porque, sobre todo, le apasionaba dar y comer muchos dulces. Cada año, preparaba su escoba para volar entre las nubes y recolectar los mejores manjares para esa noche especial.

Un día, mientras estaba en su cabaña ajustando su sombrero de bruja y preparando su gran canasta de dulces, su pequeño gato negro, llamado Noche, la observó con curiosidad.

"¿Por qué siempre estás tan emocionada por Halloween, Samanta?" - preguntó Noche, estirándose en el suelo.

"Porque es el único día del año en el que puedo compartir mis dulces con todos los niños del pueblo y ver sus sonrisas," - respondió Samanta, sonriendo mientras mezclaba caramelos en su recipiente mágico.

"Pero, ¿no te parece que eso es un poco peligroso? ¿Y si no les gustan tus dulces?" - dijo Noche, con un tono preocupado.

"No te preocupes, querido Noche. He preparado los mejores dulces del mundo. Son de chocolate, caramelos de fruta, gomitas y muchas otras delicias que les encantarán. ¡Este Halloween será el mejor de todos!" - exclamó con entusiasmo.

Cuando llegó la noche de Halloween, Samanta se subió a su escoba y voló hacia el pueblo. Desde el aire, vio a los niños disfrazados de brujas, fantasmas, y superhéroes, corriendo de puerta en puerta llenando sus calaveritas. Sin dudarlo, aterrizó en el centro de la plaza y comenzó a repartir su mágica colección de dulces.

"¡Niños, niños! ¡Vengan aquí! ¡Les tengo la sorpresa más dulce de Halloween!" - gritó Samanta, levantando su canasta de deliciosos caramelos.

Los niños, emocionados, corrieron hacia ella llamando desde lejos:

"¡Bruja Samanta! ¡Queremos dulces!"

Pero justo cuando Samanta estaba a punto de darles, apareció un grupo de niños con disfraces extraños que llevaban una mochila vacía.

"¡Eh! ¡Nosotros también queremos dulces! Pero no tenemos calaveritas para llenarlas!" - dijo uno de los niños, que vestía un disfraz de zombie.

Los demás asintieron, mostrando sus mochilas vacías con tristeza.

Samanta sintió una punzada en su corazón.

"No puedo dejar que se sientan así. ¡Esperen un segundo!" - les gritó. "Voy a preparar algo especial para ustedes. ¡Volveré enseguida!"

Tomó su escoba y voló hacia su cabaña. Ahí, encontró cajas de dulces extra escondidas y comenzó a llenarlas. En lugar de sólo repartir los dulces de su canasta, hizo paquetes especiales para que todos tuvieran algo. Cuando volvió, los niños la miraron con asombro.

"¡Miren! Son para todos ustedes, sin importar si tienen calaveritas o no. Todos merecen compartir la alegría de Halloween," - dijo Samanta con una gran sonrisa, entregando los paquetitos.

Los ojos de los niños brillaron como estrellas.

"¡Gracias, Bruja Samanta! Eres la mejor!" - gritaron, saltando de felicidad.

Ya no importaba quién tenía el mejor disfraz, ni quién había conseguido más dulces. Ese Halloween se convirtió en una celebración de la generosidad y la alegría compartida. Samanta se sintió feliz no solo por dar dulces, sino por hacer sonreír a todos los niños del pueblo, sin importar su situación.

Y así, la bruja Samanta decidió que todos los años, en cada Halloween, haría algo especial para que todos los niños pudieran disfrutar de los dulces, porque había aprendido que la verdadera magia radica en compartir y hacer felices a los demás.

Al final, Samanta y Noche se fueron felices a casa, con los corazones llenos de dulces recuerdos y la promesa de un Halloween aún mejor el año siguiente.

FIN.

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