La Brújula de la Bruja



En un pequeño pueblo llamado Bosque Verde, vivía una bruja llamada Clara. Era conocida por sus encantos y pociones, pero había un problemita que la tenía muy preocupada: había perdido su escoba. Sin su escoba, Clara no podía volar ni ayudar a los habitantes del pueblo.

Un día, mientras buscaba su escoba, Clara se encontró con su amiga la mariposa Mía. Mía la saludó con alegría:

"¡Hola, Clara! ¿Por qué tienes esa cara tan larga?"

"Hola, Mía. Perdí mi escoba y no puedo volar ni hacer mis hechizos. Estoy muy triste."

"No te preocupes, tal vez podamos resolverlo juntas. ¿Cuándo fue la última vez que volaste?"

"Ayer, cuando fui a comprar ingredientes al Mercado de las Brujas. Pero después, no sé dónde la dejé..."

Mía pensó por un momento, moviendo sus alas de colores. Luego exclamó:

"¡Vamos al mercado! Tal vez alguien la haya visto."

Clara asintió y juntas se dirigieron al Mercado de las Brujas. Allí, encontraron a su amiga Lucía, la hiérbora que vendía plantas.

"¡Hola, Lucía! ¿Has visto mi escoba?"

"No la he visto, pero escuché a un pájaro decir que vio algo volando hacia el lago. "

"¡Gracias, Lucía! Vamos, Mía, ¡al lago!"

Cuando llegaron al lago, se encontraron con el pato Nicolás, que estaba nadando serenamente.

"¡Nicolás! ¿Has visto mi escoba?"

"Sí, la vi volando muy alto, hasta que un grupo de gaviotas la atrapó y la llevó más allá de los árboles."

"¡Ay, no! ¿Cómo voy a recuperarla?"

Mía se acercó y, con su pequeña voz dijo:

"Tal vez podemos seguir a las gaviotas. ¡Vamos!"

Clara y Mía siguieron el rastro de las gaviotas, y pronto se encontraron frente a un gran árbol. En su copa, había un nido con la escoba de Clara.

"¡Ahí está!"

"Pero, ¿cómo vamos a subir hasta allá?"

Clara pensó un momento.

"No puedo volar, pero tengo una idea. ¿Y si hacemos un hechizo para que crezca una escalera de ramas para que lleguemos hasta ahí?"

"¡Buena idea!"

Clara se concentró y con un gesto de sus manos, pronunció las palabras mágicas. De repente, unas ramas comenzaron a crecer, formando una escalera que llegaba hasta el nido. Clara y Mía subieron con cuidado.

Una vez en el nido, Clara tomó su escoba entre risas.

"¡Por fin!"

De repente, las gaviotas aparecieron, sorprendidas. Una de ellas, que parecía ser la líder, dijo:

"¿Por qué nos toman la escoba? La encontramos y queríamos usarla como parte de nuestro hogar."

"Lo siento, ¡no sabía que era tan valiosa para ustedes!" respondió Clara, sintiéndose culpable por no pensar en las gaviotas.

Mía intervino:

"¿Y si hacemos un trato? Clara puede volar un rato, y a cambio, les enseñamos a volar a ustedes. Así conseguirán volar siempre".

"¿De verdad? ¡Eso sería grandioso!" dijeron las gaviotas.

Clara asintió y enseguida se puso a practicar con ellas. Se pasaron toda la tarde volando y divirtiéndose.

Al final del día, las gaviotas estaban muy felices y agradecidas.

"¡Gracias, Clara y Mía! Ahora siempre recordaremos cómo volar."

"Y yo aprendí que a veces hay que compartir, incluso si es algo que queremos mucho," contestó Clara, sonriendo.

Desde ese día, Clara y las gaviotas se hicieron grandes amigas. Clara aprendió que, aunque había perdido su escoba, había encontrado maneras nuevas de disfrutar la magia, y que compartir podía traer alegrías inesperadas. Así, Clara no solo recuperó su escoba, sino que también hizo nuevos amigos.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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