La búsqueda de la cima
En una pequeña casa de Brooklyn, Nueva York, nació un niño llamado Abraham Maslow en 1908. Era el primero de siete hermanos en una familia de inmigrantes. Desde muy joven, Abraham se sintió diferente.
Un día, mientras miraba por la ventana, su madre lo llamó:
"¡Abraham! Ven a ayudarme a preparar la cena."
"Voy, mamá. Pero estoy pensando... ¿alguna vez te has preguntado cómo es el cielo?"
"No lo sé, querido. Pero siempre puedes preguntarle a tus amigos en la escuela."
Abraham, curioso y soñador, fue a la escuela al día siguiente. Ahí conoció a sus amigos, Sara y León. Al recreo, les comentó su inquietud.
"¿Cómo será el cielo?" preguntó.
"Seguro que hay nubes esponjosas y muchos colores", dijo Sara.
"Sí, y también debe haber estrellas brillantes para que la gente pueda hacer deseos", añadió León.
Intrigado, Abraham decidió que quería entender más sobre el mundo que lo rodeaba. Así que, cada vez que tenía tiempo libre, se sentaba a leer libros sobre ciencia, naturaleza y psicología mientras sus hermanos jugaban.
Un día, su maestra, la señora Rosa, lo notó mientras todos los demás niños jugaban.
"Abraham, ¿por qué no sales a jugar con tus amigos?"
"Porque estoy intentando entender cómo funcionan las cosas, señora Rosa. Todos los días hay algo nuevo que aprender."
"Me encanta tu curiosidad, Abraham. Pero nunca hay que olvidar la diversión. Ambas cosas son importantes en la vida."
Con el paso de los años, Abraham comenzó a notar que no solo le interesaban las cosas externas, sino que también le intrigaba entender por qué las personas pensaban y sentían de ciertas maneras. Con una meta en mente, decidió que quería ayudar a los demás a ser las mejores versiones de sí mismos.
Así que un día, mientras paseaba por el parque, se encontró con una anciana que trataba de alimentar a unas palomas. La mujer lucía triste.
"¿Por qué estás tan triste, señora?" preguntó Abraham.
"Oh, querido, a veces la vida se siente pesada, llena de preocupaciones..."
"Pero, ¿cuál es tu sueño? ¿Qué te gustaría hacer?"
"Siempre quise contar historias, pero nunca tuve el valor."
Abraham hizo una pausa y pensó.
"¡Entonces cuéntame una historia! Yo te voy a escuchar. Quizás eso te ayude a encontrar ese valor."
La mujer sonrió y comenzó a contarle una historia sobre un dragón que quería ser amigo de todos. A medida que narraba, sus ojos brillaban con magia y Abraham se sintió inspirado.
Esa conversación quedó grabada en su mente. Así que decidió que, para ayudar a los demás, debía encontrar la manera de darles valor y fortalecer su autoestima. Con el tiempo, Abraham se volvió mayor y estudió mucho.
Un día, regresó a su viejo parque y vio a su amiga de la paloma.
"¡Señora! ¡He hecho cosas increíbles! Ayudé a muchas personas a encontrar sus sueños!"
"Abraham, eso es maravilloso, ¿cómo lo hiciste?"
"Les enseñé a creer en sí mismos, y a veces, solo necesitaban un empujoncito de confianza. El camino hacia la cima está lleno de energías, sueños y, sobre todo, amor."
Sin embargo, también notó que no todos eran receptivos. Un día, conoció a un joven llamado Tomás que siempre veía el lado negativo de las cosas.
"¡Hola, Tomás! ¿Por qué estás tan desanimado?"
"Nunca hay nada bueno en esta vida. Ni siquiera existen los sueños".
"Pero, ¿y si probás a imaginar uno? ¿Qué te gustaría hacer si pudieras?"
Tomás lo miró incrédulo.
"No sé. Puede que no tenga sentido."
"Por darme esa oportunidad, yo te prometo que te ayudaré a crear un plan. Ambos encontraremos maneras de lograr cosas grandes juntos."
Tomás aceptó el desafío y, sorprendentemente, comenzó a soñar, a querer.
"Quizás sí haya algo que quiera: ser artista. Pero no creo que lo logre."
"Nadie comienza siendo el mejor. Empezá hoy, y verás cómo te vas acercando a tu sueño poco a poco."
Los días pasaron y Tomás empezó a dibujar y a mostrar sus obras. Poco a poco, más amigos se unieron, y todos comenzaron a crecer juntos, apoyándose unos a otros en sus caminos.
Años más tarde, Abraham se convirtió en un gran conocedor de la psicología. En una clase, decidió compartir su experiencia.
"A veces, el camino puede ser empinado y lleno de obstáculos, pero lo que realmente cuenta es la comunidad y el amor que compartimos entre nosotros. Esa es la clave para alcanzar nuestras metas y ser felices."
Al final de su jornada, Abraham miró atrás y sonrió.
"Vale la pena soñar..."
FIN.