La búsqueda de la ciudad perdida
Había una vez en un pequeño pueblo llamado San Martín, un grupo de amigos muy curiosos y aventureros. Ellos siempre se preguntaban qué pasaría si la ciudad perdida realmente existiera.
Habían oído historias sobre esta misteriosa ciudad que se decía estaba llena de tesoros y secretos. Un día, mientras exploraban el bosque cerca del pueblo, encontraron un antiguo mapa que parecía indicar la ubicación de la ciudad perdida.
Emocionados por esta increíble oportunidad, decidieron emprender una aventura para encontrarla. El grupo estaba conformado por Pedro, el valiente líder del equipo; Sofía, la inteligente y astuta; Pablo, el fuerte y ágil; y Carolina, la amiga más leal.
Juntos se adentraron en lo desconocido, siguiendo las indicaciones del mapa. Después de días caminando por senderos empinados y ríos caudalosos, llegaron a una enorme montaña. En su cima había una cueva oscura que parecía ser el siguiente paso según el mapa.
Con mucho cuidado entraron en la cueva con sus linternas encendidas. Pero cuando estaban a mitad del camino, algo inesperado ocurrió: ¡se apagaron todas las luces! - ¡Oh no! ¿Qué hacemos ahora? -exclamó Sofía preocupada.
- No te preocupes Sofi, tengo fósforos en mi mochila -dijo Pedro tranquilizando al grupo-. Solo necesito encontrarlos. Pero mientras buscaba los fósforos en su mochila, escucharon unos extraños sonidos provenientes de las profundidades de la cueva.
- ¡Corran! -gritó Pablo, y todos comenzaron a correr sin saber hacia dónde iban. Después de un rato, cuando la oscuridad parecía infinita, encontraron una pequeña luz al final del camino. Se acercaron con cautela y descubrieron que era una antorcha encendida en una habitación secreta.
Dentro de la habitación había un viejo sabio sentado en un trono. Tenía barba blanca y ojos brillantes como estrellas. - Bienvenidos aventureros -dijo el sabio con una sonrisa-. Han superado su primera prueba para encontrar la ciudad perdida.
El grupo se quedó sorprendido pero emocionado por haber encontrado al misterioso sabio. Él les explicó que los había estado observando y probando durante su viaje porque quería asegurarse de que eran dignos de descubrir los secretos de la ciudad perdida.
- La ciudad perdida esconde grandes tesoros, pero solo aquellos con corazones valientes y nobles podrán encontrarlos -dijo el sabio-. Ahora deben enfrentar otra prueba: cruzar el puente colgante sobre el abismo profundo. Los amigos aceptaron el desafío sin dudarlo.
Cruzarían esa prueba juntos, recordándose mutuamente lo valientes que eran. Con mucho cuidado caminaron por el frágil puente colgante. El viento soplaba fuerte amenazando con hacerlos caer, pero ellos no se rindieron.
Se apoyaban unos a otros mientras avanzaban lentamente hasta llegar al otro lado del abismo. Finalmente, después de todas las pruebas superadas, llegaron a la entrada de la ciudad perdida.
Era más hermosa de lo que jamás habían imaginado: calles llenas de oro, edificios altos y majestuosos, y un jardín lleno de flores coloridas. Los amigos se miraron emocionados y abrazados.
Se dieron cuenta de que el verdadero tesoro no era el oro ni los secretos, sino su amistad y valentía para enfrentar cualquier desafío juntos. Y así, Pedro, Sofía, Pablo y Carolina exploraron cada rincón de la ciudad perdida sin olvidar nunca el valor del trabajo en equipo y la importancia de creer en sí mismos.
Desde ese día, San Martín se convirtió en un lugar conocido por sus valientes aventureros que siempre estaban dispuestos a descubrir nuevos tesoros escondidos en todo el mundo.
FIN.