La caja de los secretos



Había una vez un niño llamado Lucas que iba a una escuela muy especial. Cada día vivía aventuras increíbles: jugaba al fútbol con sus amigos, aprendía sobre animales asombrosos y hacía experimentos que parecían magia. Pero había algo que Lucas no hacía: no le contaba a su mamá sobre sus días en la escuela.

La mamá de Lucas, Clara, era una mujer cariñosa y siempre estaba atenta a lo que su hijo necesitaba. Pero a veces se sentía preocupada porque Lucas no compartía mucho de su vida escolar. Solo le contaba cosas cuando se acordaba, lo que no era tan frecuente. Una tarde, mientras preparaba la cena, le preguntó:

"¿Qué hiciste hoy en la escuela, Lucas?"

"Eh, no mucho, solo jugamos al fútbol y después la maestra nos mostró un video de tiburones".

Clara sintió una punzada de preocupación. Pensó que Lucas debería contarle más. A veces, sentía que había cosas importantes que su hijo no le decía. Decidió hacer algo al respecto.

Al día siguiente, Clara se sentó con Lucas en la mesa y le dijo:

"Lucas, ¿sabes? Hay algo que me gustaría que hicieras".

"¿Qué, mamá?".

"Me gustaría que compartieras tus días conmigo, como si tuvieras una caja de secretos. Cada día, cuando llegues a casa, podemos abrirla juntos y contar todo lo que pasó en la escuela".

Lucas pensó que era una idea divertida.

"Está bien, mamá, lo intentaré".

Y así fue como comenzaron su tradición. Al llegar a casa, Lucas abriría su 'caja de secretos', que en realidad era una caja de cartón decorada con dibujitos. Dentro, guardaba cosas que le parecían interesantes: dibujos que hacía en clase, una hoja de un experimento y hasta fotos de sus amigos.

Un día, Lucas encontró algo inquietante en la escuela. Un compañero, Joaquín, estaba triste porque lo habían excluido de un juego de la hora del recreo. Cuando volvió a casa, decidió contarle a su mamá.

"Mamá, hoy vi a Joaquín solo y se veía triste".

"¿Y qué hiciste?".

"Me acerqué y le pregunté si quería jugar con nosotros, pero al principio no quería".

"Hiciste bien, Lucas. A veces las personas necesitan un poco más de tiempo para abrirse".

Días después, Lucas entendió que su madre realmente quería saber lo que pasaba en su vida, no solo porque le preocupaba, sino porque quería apoyarlo en todo. Así que empezaron a hablar de los amigos, de la maestra y hasta de los problemas que a veces pasaban en la escuela.

Un día, durante la hora de arte, Lucas tuvo una idea brillante: decidió hacer un mural en clase sobre la amistad. Llamó a sus compañeros a ayudarle, y todos se entusiasmaron. Al llegar a casa, corrió a contarle a Clara:

"Mamá, hoy hice un proyecto con mis amigos para hacer un mural sobre la amistad. Es muy grande y colorido".

"¡Qué idea hermosa! ¿Te gustaría mostrarme cómo quedó?".

"¡Sí!".

Lucas se dio cuenta de que le encantaba contarle a su mamá lo que hacía. Era como si las historias cobraran vida cuando las compartía.

Con el tiempo, Clara dejó de preocuparse. Se dio cuenta de que Lucas había encontrado la manera de abrir su caja de secretos y compartir cada vez más. La comunicación entre ellos creció y fortaleció su relación.

Y así, Lucas aprendió que hablar sobre lo que vive no solo lo hacía sentir mejor, sino que también llenaba a su mamá de alegría y tranquilidad. Juntos, descubrieron que las historias, por pequeñas que sean, tienen el poder de acercar a las personas y fortalecer los lazos familiares.

Y cada vez que Lucas regresaba de la escuela, Clara esperaba ansiosa con su taza de chocolate caliente, lista para escuchar todas las aventuras y secretos de su niño.

Y así, felices y unidos, vivieron momentos inolvidables juntos, sabiendo que siempre podían contar el uno con el otro.

FIN.

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