La calaverita matemática de Erika
En un colegio de encantos mil,
El profe Erika siempre fue un perfil.
Con su pizarra y su tiza en mano,
Explicaba rompecabezas, lo hacía bien temprano.
Un día de otoño, con hojas en el suelo,
Los alumnos en clase, calladitos como un duelo.
'Hoy aprenderemos a contar, ¿están listos?',
Preguntó la profesora con un leve giro de orificio.
'¡Sí, profe!', gritaron, todos a una voz,
Mientras la calaverita, escondida detrás de un velo, observó.
'¿Qué es eso? -pensó- Nunca he hecho clases,
Pero me gusta la aritmética, ¡qué locuras y qué frases!'.
La calaverita decidió presentarse,
Quería ser parte del aula, cosa tan amable.
Con su sonrisa hueca y su aire juguetón,
Se acercó cautelosa a la clase, como un buen ladrón.
'¿Quién eres?', preguntó un niño con disimulo.
'Yo soy la Calavera, del mundo del burulo.
Vengo a aprender las cuentas y la matemática,
Sobre los números, la geometría y la oración simbólica'.
Los chicos se rieron y no le hicieron caso,
'¿Una calaverita en clase? ¡Eso es un atropaso!'.
Erika, la profe, sonrió y se acercó:
'Calavera amiga, hoy no hay lugar para el temor.
Aquí todos son bienvenidos, eso ya ves,
Así que siéntate, ¡haremos matemáticas al revés!'.
La calavera, emocionada, se sentó en su lugar,
Mientras los chicos reían y se dejaban llevar.
Erika empezó la clase, explicando de forma especial,
'El número cero no es nada, pero tiene poder real.
Es el héroe de las matemáticas, ¿saben por qué?
Porque junto con los otros, puede ser un gran café'.
Las risas resonaban, el aula vibraba,
El conocimiento, esa chispa, todo lo iluminaba.
'Intentemos contar cosas del día a día,
Los números son amigos, no hay que tenerles porfía'.
'Calavera, ven aquí, ¿cuántos dedos tienes tú?',
Preguntó un niño curioso, lleno de inquietud.
'¡Yo no tengo dedos, ni pies, ni un reloj!
Pero vengo a aprender a contar, ¡eso me gusta un montón!'.
Al finalizar la clase, todos estaban contentos,
La calavera se fue con un gran sentimiento.
'Eso fue fascinante, disfrutar de la educación,
Con Erika, la profe, que me dio un gran empujón'.
Desde aquel día, cuando el otoño se despide,
La calavera regresaba, porque no se olvida.
Sumando y restando, se volvió aprendiz,
Junto a la maestra, se convirtió en feliz.
Así, en el aula de magia y destreza,
La calaverita se volvió una gran pieza.
Con Erika, la profe de matemáticas especial,
Aprendieron juntos, en un mundo ideal.
Y así, en la escuela, quedó la lección:
Que todos, aun diferentes, tenemos un lugar sin condición.
FIN.