La calesita mágica


Era un hermoso día soleado en el barrio de Villa Esperanza. Los pájaros cantaban alegremente y los árboles se balanceaban suavemente con la brisa.

En la plaza del barrio, los niños se reunieron emocionados para jugar en la calesita. En la plaza había chicos de todas las edades: desde los más pequeñitos hasta los más grandes. Había chicos que vivían en el barrio desde siempre y otros que acababan de llegar.

Pero todos tenían algo en común: las ganas de divertirse y hacer nuevos amigos. La calesita era colorida y brillante, con caballos de madera tallada a mano por artesanos del pueblo.

Cada caballo tenía un nombre escrito en su frente: Lunita, Estrellita, Rayito y Tormenta. Los chicos se acercaron corriendo hacia la calesita, riendo y gritando de emoción. Se formaron dos filas: una para subir al lado derecho y otra para subir al lado izquierdo.

- ¡Yo quiero subir al caballo Lunita! -gritó Sofía mientras esperaba su turno. - ¡Yo también quiero! -dijo Mateo saltando emocionado. - Tranquilos chicos, hay lugar para todos -dijo Laura, una niña mayor que estaba allí ayudando a organizar todo-.

Vamos a turnarnos para que nadie se quede sin montar. Y así fue como uno por uno fueron subiendo a la calesita. Los más grandes ayudaban a los más pequeños a trepar sobre sus caballos, asegurándose de que estuvieran bien sujetos antes de dar vueltas.

La música comenzó a sonar y la calesita empezó a girar lentamente. Los chicos reían y aplaudían mientras los caballos subían y bajaban con cada vuelta.

Pero de repente, justo cuando estaban en el punto más alto, la calesita se detuvo. Todos los chicos miraron hacia abajo confundidos. ¿Qué había pasado? - ¡No se preocupen, chicos! -exclamó Laura-. Seguramente es solo un pequeño problema técnico. Vamos a bajar con cuidado y buscar una solución.

Los chicos asintieron y comenzaron a bajar de la calesita uno por uno, ayudándose mutuamente para no caerse. Laura se acercó al dueño de la plaza, Don Pedro, quien estaba tratando de arreglar el desperfecto en la maquinaria.

- Don Pedro, ¿hay algo que podamos hacer para ayudarlo? -preguntó Laura preocupada. Don Pedro suspiró y dijo: "Lamentablemente necesitaríamos una pieza especial para poder repararla. Y no tengo forma de conseguirla rápidamente".

Los chicos escucharon atentos y luego se miraron unos a otros pensativos. - ¡Espera! -exclamó Sofía con una brillante idea-. Mi papá trabaja en un taller mecánico. Tal vez pueda conseguirnos esa pieza especial. Todos los ojos se iluminaron ante esta posibilidad.

Con entusiasmo, corrieron hacia el taller mecánico donde trabajaba el papá de Sofía. El papá de Sofía escuchó atentamente su historia y sonrió orgulloso por la iniciativa de su hija y sus amigos. - Claro que puedo ayudarlos, chicos.

Vamos a buscar esa pieza especial juntos. Después de una corta búsqueda, encontraron la pieza necesaria y regresaron a la plaza del barrio con el corazón lleno de esperanza. Don Pedro recibió la pieza con gratitud y comenzó a trabajar para reparar la calesita.

Los chicos lo observaban ansiosos, esperando que todo saliera bien. Finalmente, después de un rato largo pero emocionante, la calesita volvió a funcionar. Las luces se encendieron y la música volvió a sonar mientras los caballos giraban rápidamente.

Los chicos subieron nuevamente en sus caballos favoritos y disfrutaron de un maravilloso paseo en la calesita reparada. Rieron, gritaron y se divirtieron como nunca antes lo habían hecho.

Al finalizar el día, los chicos se despidieron con una gran sonrisa en sus rostros. Habían aprendido que cuando trabajan juntos pueden superar cualquier obstáculo y lograr cosas maravillosas.

A partir de ese día, cada vez que iban a jugar en la plaza del barrio recordaban aquella aventura en la calesita. Y siempre estaban dispuestos a ayudarse mutuamente para hacer del mundo un lugar mejor donde vivir.

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