La canasta de frutas
En un pequeño pueblo cercano a la selva vivía una niña llamada Rosita. Rosita era una niña morenita muy alegre y traviesa, a quien le encantaba llevar frutas a su madre, Doña Carmen, que vivía al otro lado del sendero.
Un día, Rosita se levantó temprano y preparó una hermosa canasta de frutas frescas que había recogido con mucho amor en el campo.
Con la canasta equilibrada sobre su cabeza, se dispuso a cruzar el sendero a través del camino de palmas. Mientras caminaba, escuchó el ruido de un pequeño mono travieso que se aproximaba a toda velocidad. El mono, mientras saltaba de un árbol a otro, le arrebató un banano de su canasta y salió corriendo.
Rosita se detuvo sorprendida y triste al ver que su fruta había sido robada, pero luego recordó que los animales también tienen hambre y deben buscar alimento para sobrevivir. Decidió no enojarse y siguió su camino hacia la casa de su madre.
Al llegar, le contó lo sucedido y juntas decidieron recolectar una nueva cosecha de frutas y así compartir con los animales de la selva.
Desde ese día, Rosita y Doña Carmen visitaban regularmente el camino de palmas y llevaban frutas para los animales. El mono, agradecido por la generosidad de las dos mujeres, se convirtió en su amigo y las ayudaba a recoger frutas.
Rosita aprendió que compartir y ser compasiva con los demás, incluidos los animales, era una forma maravillosa de vivir. La amistad entre Rosita, su madre, y el mono les trajo mucha alegría y enseñanzas sobre el valor de la generosidad y el respeto por la naturaleza.
FIN.