La canasta de la diversidad
Había una vez, en un mercado muy animado de Buenos Aires, una canasta llena de vegetales frescos que estaban esperando ser comprados por los clientes.
En esa canasta se encontraba el tomate, un vegetal rojo y jugoso que siempre se creía superior a los demás. Un día, mientras la dueña del puesto estaba distraída atendiendo a otros clientes, el tomate decidió aventurarse fuera de la canasta.
Saltó con valentía y comenzó a pasearse por la mesa donde estaban los demás vegetales. Con su voz alta y orgullosa, el tomate exclamó: "¡Soy el mejor! Mi color es tan llamativo y mi sabor es delicioso. Ninguno de ustedes puede compararse conmigo".
La lechuga, quien era muy tranquila pero también tenía su orgullo, no pudo quedarse callada ante las palabras del tomate. Saltó de la canasta y respondió: "-No te equivoques, tomate. Yo soy refrescante y nutritiva. Además, formo parte de muchas ensaladas saludables".
El pepino también saltó al escuchar la discusión: "-¡Y yo soy crujiente! Soy perfecto para hacer pickles o simplemente para disfrutar como snack".
La zanahoria no quiso quedarse atrás: "-Yo tengo un hermoso color naranja lleno de vitaminas que son beneficiosas para la vista". La cebolla agregó con voz firme: "-Mi sabor único añade un toque especial a cualquier plato. Además, puedo hacerte llorar si me cortas". La discusión entre los vegetales se volvió cada vez más acalorada.
Ninguno quería ceder y admitir que el otro tenía razón. Pero justo en ese momento, la dueña del puesto regresó y vio a los vegetales peleando.
Con una mirada de decepción, la dueña les dijo: "-¿Qué están haciendo? Ustedes son todos importantes y únicos a su manera. No deberían estar peleando entre ustedes". Los vegetales se sintieron avergonzados por su comportamiento egoísta.
Se dieron cuenta de que cada uno tenía sus propias cualidades valiosas y no debían compararse ni menospreciarse unos a otros. El tomate, con humildad, se disculpó primero: "-Tienes razón, lechuga. No soy mejor que nadie aquí. Todos somos importantes". La lechuga asintió y dijo: "-Así es, tomate.
Juntos formamos un equipo perfecto para crear platos deliciosos y saludables". Desde ese día, los vegetales aprendieron a valorar las fortalezas de cada uno y trabajaron juntos en armonía. Aprendieron que la diversidad es lo que hace al mundo interesante y hermoso.
Y así, el tomate dejó de creerse superior a los demás vegetales. Aprendió la importancia de la humildad y el respeto hacia los demás.
Y desde entonces, en aquel mercado animado de Buenos Aires, reinaba la paz entre los vegetales mientras esperaban ser llevados a nuevos hogares donde serían apreciados por igual. Fin
FIN.