La Canción de los Abuelos



Érase una vez en un pequeño pueblo llamado Sonrisas, donde el sol brillaba y la risa de los niños resonaba en cada esquina. Allí vivía una abuela llamada Nena, conocida por su hermosa voz y su gran corazón. Nena siempre decía: "El cantar de los viejos alegra el corazón"-. Cada tarde, los niños se reunían alrededor de su casa para escucharla cantar.

Un día, mientras cantaba, apareció un niño nuevo llamado Tomás, que se había mudado al pueblo. "Hola, Nena. Mi mamá dice que cantar es para los que saben hablar bonito. Yo nunca he cantado"-, dijo con voz temblorosa.

Nena lo miró con dulzura y respondió: "Dichoso el que canta con amor, Tomás. No necesitas ser el mejor, solo cantar con el corazón"-. Intrigado pero un poco dudoso, Tomás decidió unirse al grupo de niños que escuchaban.

A medida que pasaban los días, Nena les enseñó a los pequeños canciones sobre la amistad, la alegría y la naturaleza. Un día, mientras cantaban bajo un árbol frondoso, un fuerte viento sopló y se llevó el gorro de Tomás. "¡Nooo!"-, gritó mientras corría detrás de él. En su carrera, se tropezó y cayó al suelo, haciendo que todos los niños se rieran.

"No llores, Tomás. Cantar también puede sanarte!"-, dijo Nena, sonriendo. "¡Vamos a hacer una canción para tu gorro!"-. Todos comenzaron a improvisar una canción divertida sobre el gorro volador y entre risas, Tomás se olvidó de su caída.

Con el tiempo, Tomás se fue sintiendo más seguro y comenzó a cantar con los demás. Sin embargo, un día, la situación cambió. Una tormenta se acercaba rápidamente al pueblo, y todos los niños estaban asustados. El cielo se oscureció, y el viento soplaba con fuerza. Tomás, al ver el miedo en los rostros de sus amigos, recordó lo que Nena siempre decía.

"¡Chicos! ¡Cantar puede ayudarnos!"- exclamó. "Si todos cantamos, quizás la tormenta se sienta menos feroz"-. A pesar de su miedo, los niños comenzaron a cantar juntos.

"¡El sol volverá a brillar! Nunca vamos a dejar de soñar..."- la melodía se elevó y llenó el aire. Para sorpresa de todos, el canto resonó tan fuerte que parecía aplacar la tormenta. Las nubes comenzaron a dispersarse lentamente y el sol volvió a brillar.

"¡Lo logramos!"-, gritó una de las niñas, mientras todos aplaudían y reían. Tomás, emocionado, se dio cuenta de lo poderoso que era el canto. "Nunca pensé que cantar nos podría ayudar tanto"-, murmuró.

Desde entonces, Tomás se volvió un miembro esencial del grupo de canto, y cada tarde, él enseñaba a los nuevos niños que llegaban al pueblo, al igual que Nena había hecho con él. Así, el amor por la música se fue transmitiendo de generación en generación.

Con el tiempo, el pueblo entero se unió en una gran celebración musical una vez al año. Todos cantaban juntos al unísono, recordando a Nena, sus enseñanzas y las aventuras que el canto les había traído.

Y así fue como, gracias al amor y a la música, un pequeño pueblo aprendió a ver la vida con alegría, recordando siempre que el cantar de los viejos alegra el corazón y sana cualquier herida. Pero también entendieron que, a veces, hay que cantar para enfrentar las tormentas, por pequeñas que sean.

"Cantar es una forma de compartir nuestro amor y alegría, siempre juntos"-, solía decir Nena con una sonrisa, mientras todos la rodeaban. Y así, el poder del canto continuó viva en Sonrisas, llevando luz y esperanza a todos sus habitantes.

FIN.

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