Era una mañana radiante en el pueblo de Arcoíris, donde la música siempre resonaba en todos los rincones gracias a los practicantes de educación musical, que enseñaban a los niños a tocar distintos instrumentos.
Una de sus actividades más esperadas era el paseo al bosque, donde cada año los niños aprendían sobre la fauna y la flora.
Pero este año sucedió algo inesperado.
- ¡Miren chicos, un guajojó!
- exclamó Luna, apuntando hacia un árbol enorme.
En su cima, un guajojó de plumas brillantes cuidaba cuidadosamente de su cría, que había salido a explorar.
Los niños se agolparon alrededor de Luna, incrédulos ante la belleza del ave.
Pero, al ver el pequeño pajarito, su entusiasmo fue creciendo, y todos comenzaron a gritar y a reír.
- ¡Vamos, lancemos piedras!
- gritó Mateo, con una sonrisa traviesa.
Los practicantes de educación musical, que habían estado guiando a los niños desde un costado, notaron la situación y corrieron hacia ellos.
- ¡Esperen, chicos!
- llamó Sofía, una de las profesoras.
- No debemos hacerles daño, el guajojó y su cría merecen estar seguros.
Los niños se detuvieron, pero algunos, como Mateo y Valentina, estaban decididos a divertirse.
- ¡Solo será un momento!
- insistió Mateo, mientras algunos otros niños miraban con ojos llenos de dudas.
- ¿Qué pasaría si fuera tu mascota?
- preguntó Valentina, tratando de hacerlos reflexionar.
Sofía aprovechó ese momento y dijo: - Con la música podemos crear un ambiente mágico y alegre, sin necesidad de hacer daño.
¿Qué tal si en vez de asustar al guajojó, hacemos una canción para él?
Los ojos de los niños comenzaron a brillar con esa idea.
- ¡Sí!
- dijo Luna.
- ¡Hagamos una canción!
Y así, comenzaron a componer en grupo.
Los niños se unieron, y cada uno aportó ideas sobre lo que podía incluir la canción.
Unos querían cantar sobre los árboles, otros sobre el cielo, y también había quienes querían que sonara el viento.
En un instante, el rincón del bosque se llenó de risas y melodías.
Con sus instrumentos y voces, formaron una hermosa canción dedicada al guajojó.
- ¡Escuchen!
- dijo Valentina, señalando hacia el árbol.
La madre guajojó y su cría estaban escuchando con atención, moviendo sus cabezas al ritmo de la música.
- ¡Lo logramos!
- exclamó Mateo, emocionado.
- ¡No necesito lanzar piedras!
Los niños tocaron y cantaron con todo su corazón.
El guajojó, a medida que escuchaba, comenzó a aletear suavemente.
Cuando terminaron la canción, los niños sintieron una conexión especial con el ave y la naturaleza en general.
- ¿Ven?
- dijo Sofía con una gran sonrisa.
- La música tiene el poder de unir, de crear belleza y respeto.
¿Qué les gustaría hacer ahora?
Los niños miraron al árbol nuevamente.
- ¡Podemos dibujar!
- sugirió Luna.
- ¡Haremos una pintura de ellos!
Y así, los niños se pusieron creativos, dibujando con colores brillantes al guajojó y su cría en sus cuadernos.
- Además - agregó Mateo - haremos una canción cada vez que vengamos al bosque, para recordar lo mucho que respetamos a nuestros amigos animales.
Al final del día, todos estaban cansados pero felices.
Nunca olvidaron la experiencia de ese día, y con cada paseo posterior al bosque, los niños llevaban sus instrumentos y su alegría.
- ¡Volveremos a cantarles!
- prometió Valentina mientras se alejaban del bosque, con una sonrisa en el rostro.
Y así, gracias a la música, no solo aprendieron sobre el guajojó, sino que también descubrieron la importancia de cuidar y respetar a todos los seres de su entorno.
A partir de ese día, el guajojó se convirtió en su guardián musical, y todos juntos formaron un hermoso vínculo que nunca olvidarían.