La Capetucita Rebelde



Érase una vez en la ciudad de Buenos Aires, vivía una joven llamada Rosita, a quien todos conocían como Capetucita por su famoso capuchón rojo. Rosita era una chica moderna, amante del tango y de espíritu rebelde.

Un día, su madre le pidió que llevará una canasta con empanadas y vino a su abuela, quien vivía al otro lado del barrio La Boca. "Rosita, por favor llevále estas empanadas a tu abuelita, y no te distraigas en el camino".

"¡Claro, mamá! Aunque no prometo no distraerme", respondió Capetucita con una sonrisa traviesa. Mientras caminaba por las coloridas calles del barrio, Capetucita se encontró con el Lobo Feroz, un tanguero empedernido conocido en los bajos fondos de la ciudad.

"¿A dónde vas tan apurada, Capetucita?", preguntó el Lobo con una mirada pícara. "Voy a llevarle estas empanadas a mi abuelita, no tengo tiempo para tus travesuras, Lobo", respondió ella con determinación.

Pero el Lobo, con su astucia y labia, convenció a Capetucita para que se detenga a bailar un tango en la esquina. Mientras tanto, en la casa de la abuelita, la propia abuela, una mujer moderna y despierta, estaba preparando una sorpresa para su nieta.

Al ver que Capetucita tardaba en llegar, decidió salir a buscarla. Por el camino se encontró con el Lobo, quien le mintió diciendo que iba a visitar a una amiga tanguera. La abuelita, con su intuición, desenmascaró al Lobo y decidió actuar.

Mientras tanto, Capetucita bailaba sin darse cuenta del peligro que corría. Finalmente, la abuelita llegó justo a tiempo para rescatar a su nieta. Juntas, engañaron al Lobo, lo metieron en un taxi y lo enviaron lejos de allí.

Capetucita aprendió que no siempre es bueno confiar en extraños, aunque a veces pueden ser buenos bailarines de tango.

Desde entonces, Capetucita y su abuela siguieron disfrutando de su vida moderna y llena de aventuras en Buenos Aires, haciendo caso omiso de los lobos que merodeaban por la ciudad.

FIN.

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