La carrera de la amistad


Había una vez un gato llamado Tomás y un ratón llamado Lucas que vivían en la misma casa. A pesar de ser muy diferentes, eran grandes amigos y siempre se divertían juntos.

Un día, mientras jugaban en el jardín, Lucas le propuso a Tomás hacer una carrera hasta el otro lado del patio. El gato aceptó emocionado y se colocaron en la línea de salida.

- ¡Listos, listos, ya! - gritó Lucas y ambos salieron corriendo lo más rápido que podían. A mitad de camino, Tomás comenzó a sentirse cansado. Sus patas no respondían como antes y poco a poco fue perdiendo velocidad.

Por otro lado, Lucas seguía corriendo sin parar y pronto llegó a la meta. - ¡Gané! - exclamó Lucas con alegría. Tomás se acercó lentamente hacia su amigo, sintiéndose un poco triste por haber perdido. Pero en lugar de burlarse o reírse de él, Lucas le dio un abrazo reconfortante.

- No importa que hayas perdido, Tomás. Lo importante es disfrutar del juego y pasarla bien juntos - dijo Lucas con una sonrisa amigable. Tomás miró a su amigo con gratitud y comprendió que tenía razón.

No importaba quién ganara o perdiera en las carreras; lo importante era la amistad entre ellos. A partir de ese día, Tomás decidió practicar cada día para mejorar su velocidad.

Corría por el jardín todas las mañanas antes del desayuno e incluso invitaba a otros animales a participar en sus carreras. Pronto se dio cuenta de que, aunque no era el más rápido, podía divertirse y disfrutar del deporte.

Un día, mientras Tomás estaba corriendo en el jardín, vio a una tortuga llamada Martita. La tortuga se movía muy lento y siempre llegaba última en las carreras. - ¡Hola Martita! ¿Quieres participar en una carrera? - le propuso Tomás con entusiasmo. Martita dudó un poco, pero finalmente aceptó.

Los demás animales se burlaron de ella por ser tan lenta, pero Tomás la defendió y les recordó lo importante que era disfrutar del juego sin importar quién ganara. La carrera comenzó y todos salieron disparados hacia la meta.

Mientras los demás animales corrían rápidamente, Martita seguía su paso lento pero constante. A medida que avanzaban, algunos animales se cansaron y empezaron a caminar mientras otros tropezaban debido a la prisa.

Al final, cuando todos llegaron exhaustos a la meta, sorprendentemente fue Martita quien cruzó primero la línea de llegada. - ¡Gané! - exclamó Martita con alegría. Todos los animales quedaron atónitos ante tal resultado inesperado.

Pero pronto comprendieron que no importaba cuán rápido o lento fueran; lo importante era seguir adelante y nunca rendirse. Desde aquel día, todos los animales aprendieron a valorarse mutuamente sin importar sus habilidades o velocidades. Comenzaron a organizar competencias justas donde cada uno tenía oportunidad de destacarse según sus capacidades únicas.

Tomás comprendió que no siempre debía ser el mejor o más rápido para sentirse feliz. Lo más importante era disfrutar del juego, valorar a sus amigos y animarse unos a otros.

Y así, el gato y el ratón demostraron que la verdadera amistad se basa en el respeto, la aceptación y la diversión compartida. Juntos aprendieron a superar los obstáculos y celebrar cada logro, sin importar cuán grandes o pequeños fueran.

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