La carrera de la amistad



Había una vez un niño llamado Pablo, a quien le encantaba jugar al fútbol. Siempre que podía, se reunía con su amigo Juan para pasar horas divirtiéndose en la cancha del barrio.

Un día soleado, Pablo y Juan se encontraron en el parque para jugar su partido de fútbol semanal. Ambos estaban emocionados por la aventura que les esperaba. Pablo llevaba su camiseta favorita del equipo local y tenía sus botines bien ajustados.

Juan también estaba listo con su uniforme y llevaba consigo una pelota nueva que había recibido como regalo. Cuando llegaron a la cancha, se dieron cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo.

Había un grupo de niños mayores ocupando todo el espacio y no dejaban lugar para ellos. Pablo y Juan se acercaron al grupo e intentaron explicarles que querían jugar también. Pero los niños mayores no parecían estar interesados en compartir la cancha.

Desanimados, los dos amigos decidieron buscar otra forma de divertirse ese día. Caminaron por el parque hasta encontrar un árbol frondoso donde pudieran sentarse a descansar y pensar en qué hacer. Mientras descansaban bajo el árbol, escucharon risas provenientes de más adelante.

Se levantaron rápidamente para ver qué era lo que ocurría. Para su sorpresa, encontraron a unos niños construyendo una pista improvisada para carreras de bicicletas.

Los ojos de Pablo y Juan brillaron al instante ante la idea de participar en esa actividad tan emocionante. Sin pensarlo dos veces, corrieron hacia los niños y les pidieron unirse a la carrera. Los niños, amables y generosos, aceptaron de inmediato.

Pablo y Juan tomaron prestadas unas bicicletas que los demás niños tenían disponibles y se prepararon para la competencia. La adrenalina corría por sus venas mientras esperaban el inicio de la carrera. El árbitro dio la señal de partida y todos los niños comenzaron a pedalear con todas sus fuerzas.

Pablo y Juan demostraron ser rápidos e inteligentes en las curvas, ganando terreno poco a poco. A medida que avanzaba la carrera, Pablo se dio cuenta de que su amigo Juan estaba quedándose atrás.

En lugar de seguir adelante sin él, decidió frenar su bicicleta y esperarlo. - ¡Juan! ¿Estás bien? - preguntó preocupado Pablo mientras se acercaba a su amigo. - Sí, estoy bien. Solo me cansé un poco - respondió Juan con una sonrisa cansada.

Pablo sabía lo importante que era para ambos terminar juntos lo que habían comenzado. Así que le ofreció a Juan subirse en su bicicleta para poder llegar juntos hasta la meta.

Con esfuerzo extra pero con una gran determinación, Pedro pedaleó con todo su corazón llevando a Juan en el asiento trasero. A pesar del cansancio acumulado, lograron cruzar juntos la línea de meta entre aplausos y vítores.

Los demás niños reconocieron el gesto noble de Pablo al ayudar a su amigo durante toda la carrera. Admirados por su valentía y solidaridad, decidieron compartir con ellos el premio: un enorme helado para cada uno.

Desde ese día, Pablo y Juan aprendieron que la verdadera amistad no se basa en ganar o perder, sino en estar allí el uno para el otro sin importar las circunstancias.

Y así, cada vez que jugaban al fútbol o compartían cualquier otra aventura, siempre recordaban aquel día en el que descubrieron el verdadero significado de la amistad.

FIN.

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