La Carrera de los Animales y el Hombre Codicioso



En un pequeño pueblo, rodeado de montañas y densos bosques, vivía un zorro astuto llamado Rulo y una tortuga paciente llamada Tita. Ambos eran muy amigos, pero tenían formas de ver la vida muy distintas. Rulo soñaba con aventuras y riquezas, mientras que Tita prefería disfrutar de lo simple y de la belleza del mundo.

Un día, mientras Rulo exploraba el monte, escuchó rumores sobre una carrera que se iba a llevar a cabo en honor a Kukulkán, el dios precolombino de la abundancia y la fertilidad. Además de la emoción de participar, se decía que el ganador recibiría un puñado de oro.

"¡Tita! ¡Tenés que venir a ver esto!", exclamó Rulo, moviendo su cola con entusiasmo.

"No sé, Rulo. Las carreras no son lo mío. Además, hay muchas cosas hermosas para disfrutar aquí en el bosque", respondió Tita con tranquilidad.

Pero las palabras de Rulo despertaron la ambición de un hombre codicioso que pasaba por allí. Su nombre era Don Diego, y había oído hablar del premio dorado. Al ver la emoción de Rulo, se le ocurrió un plan.

"Escuché que pensás ganar la carrera, zorro. Pero, ¿sabés qué? No tenés chance contra mí", dijo Don Diego con una risa burlona.

Rulo, en su deseo de demostrar su astucia, decidió que debía participar. Sin embargo, pensó en un pequeño engaño. A la noche, mientras Tita dormía, Rulo se acercó a la tortuga y le dijo:

"Tita, si no participás, me tendré que quedar como eterno perdedor. ¡Te necesito! ¡Vamos a correr juntos!".

Tita, que valoraba la amistad, sintió compasión por Rulo y aceptó ser su compañera de carrera. Pero no sabía el secreto que guardaba Rulo.

El día de la carrera, todos los animales del bosque se reunieron, incluida Tita, lista y emocionada. La meta estaba en una pradera dorada, donde se prometía el oro. Llenos de entusiasmo, los participantes se alinearon, incluyendo a Don Diego, que estaba convencido de que ganaría.

"¡A la cuenta de tres! ¡Uno, dos, tres!", anunció Kukulkán, y todos empezaron a correr.

Rulo, que había sido muy rápido al principio, pronto comenzó a sentirse agotado. Mientras tanto, Tita avanzaba lentamente pero de manera constante.

"¡Vamos, Tita! ¡Apurate! ¡El oro está a punto de ser mío!", gritó Rulo desde atrás.

Tita, con su esencia tranquila, respondió: "- No te preocupes, Rulo. Cada uno corre a su velocidad. Así que relax, el oro no se va a mover de ahí. No lo olvides, en esta carrera lo importante es disfrutar el camino".

La carrera continuó, y Rulo, cansado y preocupado, comenzó a pensar que quizás no era tan bueno como había creído. Mientras tanto, Don Diego estaba muy confiado, y pensó que podía hacer trampa para asegurarse de ganar. Se desvió del camino y tomó un atajo, pero no se dio cuenta de que ese camino lo llevaba a una trampa llena de lodo.

Tan concentrado estaba en su codicia que no vio el peligro, y pronto se vio atrapado, gruñendo y desesperado por salir. Los otros animales, al ver su situación, decidieron ayudarlo.

"¡Ayudenme, por favor! No quería hacer trampa!", gritó Don Diego.

Rulo y Tita, junto con otros animales, se acercaron a ayudarlo. Tita, con su andar lento pero firme, fue la única que pudo llegar hasta él.

"- Don Diego, quizás deberías recordar que no vale la pena ganar si eso significa hacer trampa. La verdadera riqueza está en la amistad y el apoyo mutuo", dijo Tita con sabiduría.

Después de un rato, lograron sacar a Don Diego del lodo, pero la carrera ya había terminado. Tita había llegado a la meta, aunque lentamente, y Rulo decidió no seguir corriendo. En vez de competir, se sentó al lado de Tita, disfrutando de la vista y el momento.

Finalmente, Kukulkán, al ver el espíritu de compañerismo, decidió que el oro debía ser compartido.

"Este oro no solo representa riqueza, sino también la importancia de la amistad y el trabajo en equipo. ¡Felicitaciones a todos!", declaró. Rulo y Tita, aunque no habían sido la pareja ganadora en la carrera, se sintieron más ricos que nunca.

"- ¡Me alegro de haber participado contigo, Rulo!", dijo Tita sonriendo.

"- Esto fue más valioso que cualquier tesoro. ¡Gracias por enseñarme eso!", respondió Rulo.

Y así, cada uno se llevó una parte del oro a casa, pero lo más importante, aprendieron que el verdadero valor no estaba en la victoria, sino en las amistades que se forjan en el camino.

FIN.

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