La carrera del Burro Constante



Había una vez en un hermoso pueblo de la campiña argentina, un burro llamado Flojo. Como su nombre lo indicaba, a Burro Flojo le encantaba holgazanear y no hacer mucho más que descansar bajo el sol.

Un día, mientras caminaba por el campo, Burro Flojo se encontró con una liebre muy veloz que corría de un lado a otro. Impresionado por su rapidez, Burro Flojo decidió retar a la liebre a una carrera.

La liebre, al ver al burro tan confiado a pesar de ser conocido por ser flojo, aceptó el desafío y acordaron correr hasta el árbol más lejano del campo. Y así comenzó la carrera.

La liebre partió veloz como el viento mientras que Burro Flojo avanzaba lentamente pero sin detenerse. La liebre, segura de su victoria, decidió tomarse una siesta bajo un árbol antes de llegar a la meta.

Al despertar, se dio cuenta con sorpresa de que Burro Flojo estaba a punto de alcanzar el árbol más lejano. Con un último esfuerzo desesperado, la liebre corrió lo más rápido que pudo pero ya era demasiado tarde: Burro Flojo había llegado primero.

"¡Increíble! ¡Has ganado la carrera!", exclamó la liebre asombrada. Burro Flojo sonrió satisfecho y le dijo a la liebre: "Aunque parezca que voy lento y soy flojo, si me propongo algo puedo lograrlo con constancia y determinación".

La liebre aprendió una gran lección ese día gracias al burro flojo: no subestimar a los demás por las apariencias y valorar el esfuerzo constante sobre la velocidad momentánea.

Desde entonces, Burro Flojo se convirtió en ejemplo para todos en el pueblo y demostró que incluso aquellos considerados perezosos o lentos pueden lograr grandes cosas si se esfuerzan con dedicación y perseverancia.

Y colorín colorado este cuento ha terminado con una gran moraleja: nunca subestimes a nadie por su apariencia o reputación; todos tenemos potencial para brillar si nos esforzamos realmente.

FIN.

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