La Carrera del Rey, la Liebre y la Tortuga
En un reino muy lejano, había un rey que siempre estaba buscando nuevas maneras de hacer feliz a su pueblo. Todos los días, desde su gran castillo de mármol, miraba por la ventana con la esperanza de ver una idea brillante que lo ayudara a conectar con la gente.
Un día, mientras paseaba por el bosque detrás del castillo, se encontró con una liebre. Era veloz y siempre muy orgullosa de su rapidez.
"¡Hola, Rey!", exclamó la liebre. "¿Te gustaría desafiarme a una carrera? Soy la más rápida del reino, ¡no hay duda sobre eso!"
El rey sonrió, pero antes de que pudiera responder, apareció una tortuga que estaba caminando lentamente.
"¿Por qué no invitas también a la tortuga?", propuso el rey, haciendo una mueca que sugería que era una idea loca.
"¡Ja!", se rió la liebre. "Eso sería muy aburrido. ¡Podría correr varias veces alrededor de ella antes de que termine!"
"No subestimes la perseverancia", dijo la tortuga con serenidad. "A veces, la velocidad no lo es todo."
El rey decidió organizar un gran evento en el pueblo: una carrera donde la liebre, la tortuga y el propio rey competirían entre sí. La noticia corrió rápidamente, y todos los habitantes se entusiasmaron por la idea.
En la mañana de la carrera, la plaza del pueblo estaba llena de gente. El rey se colocó su capa, la liebre saltaba de emoción y la tortuga respiraba hondo, preparándose para la gran prueba. Sin embargo, el rey no era un corredor, pero quería participar para sorprender a su gente.
"¿Listos?", preguntó el rey, agitando su mano para emocionar a los espectadores.
Y así, ¡la carrera comenzó!
La liebre, como era de esperar, salió disparada hacia adelante. Ella miró hacia atrás y, al ver que la tortuga apenas se movía, decidió descansar un momento bajo un árbol. Mientras tanto, el rey trotaba con esfuerzo, avanzando lentamente.
"¡Vamos, tortuga!", gritó un niño desde la multitud.
La tortuga, aunque lenta, nunca se rindió. Con cada paso, avanzaba y avanzaba, mientras el rey insistía en continuar.
En su descanso, la liebre, muy confiada, se quedó dormida. El rey, tras un buen rato de esfuerzo, finalmente llegó a donde estaba la tortuga.
"¡Buen trabajo, tortuga! ¿Cómo te va?", preguntó el rey con una sonrisa de aliento.
"Voy a mi paso, Rey. Cada paso cuenta", respondió la tortuga.
Mientras tanto, el tiempo pasaba y la liebre no despertaba. El rey continuó trotando junto a la tortuga y, para su sorpresa, comenzaron a avanzar más rápido juntos.
Finalmente, el rey y la tortuga se dieron cuenta de que podían alcanzar a la liebre. De repente, un sonido melodioso llenó el aire. Apareció un flautista que tocaba una canción alegre.
"¡Qué hermosa melodía!", exclamó el rey.
"¡Vamos a seguir la música!", animó la tortuga.
Movidos por la hermosa melodía, todos comenzaron a correr al ritmo, y al oírlo, la liebre despertó sobresaltada. Vio que la carrera no estaba decidida y, asustada, corrió rápidamente, pero ya era demasiado tarde.
La tortuga, con su constancia y ayuda del rey, cruzó la meta primero mientras el flautista tocaba con alegría. La plaza estalló en aplausos.
La liebre, aún jadeando, llegó segundo y se quedó sorprendida.
"No puedo creerlo. ¡La tortuga ganó!"
"La perseverancia y la colaboración fueron las claves", dijo el rey mirando a la multitud.
El rey, la liebre y la tortuga celebraron juntos el triunfo de la tortuga, y el flautista empezó a tocar una canción que se volvió famosa en el reino. Todos comprendieron que a veces, el trabajo en equipo y la paciencia pueden vencer la velocidad.
Desde ese día, la liebre aprendió a no subestimar a los demás, el rey se volvió un líder más sabio, y la tortuga se convirtió en un símbolo de perseverancia y esfuerzo en el reino. Juntos, hicieron del bosque y del pueblo un lugar feliz, donde todos podían soñar y trabajar juntos, inspirándose los unos a los otros.
FIN.