La Carrera por la Felicidad



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Vallesito, un niño llamado Tomás que soñaba con ser un gran corredor. Cada tarde, después de terminar la escuela, se quedaba en el parque corriendo y jugando con sus amigos. Sin embargo, había algo que preocupaba a Tomás: su compañerita de clase, Ana, siempre le decía que no podía correr rápido porque tenía dos pies izquierdos.

-Tomás, no entiendo por qué te esfuerzas tanto. Si no naciste para correr, mejor es disfrutar de otras cosas -le decía Ana con una mueca de desprecio.

Sin embargo, Tomás no se dejó llevar por las palabras de Ana. -Yo quiero ser un corredor famoso. Puedo lograrlo si me esfuerzo, le respondía.

Un día, la maestra de educación física anunció que organizarían una gran carrera en el pueblo. El ganador recibiría una medalla dorada, y eso hizo que el corazón de Tomás latiera más rápido que nunca. -¡Debo prepararme! -gritó emocionado a sus amigos.

Comenzó un entrenamiento riguroso y dedicó cada tarde a perfeccionar su carrera. A veces sentía que se cansaba y que su esfuerzo podía ser en vano, pero siempre se repetía a sí mismo: -Cada zancada me acerca más a mi sueño.

Mientras Tomás se esforzaba, Ana se dedicaba a criticarlo. -No vas a ganar, Tomás. No debes ser tan iluso -le decía siempre, mientras se reía de su entusiasmo.

Pero Tomás no se desanimó. Comenzó a notar cómo había cambiado su cuerpo: sus piernas eran más fuertes, su respiración se volvió más fácil y, sobre todo, se sentía feliz al ver que alcanzaba sus metas diarias.

Una semana antes de la carrera, Tomás escuchó que había una nueva corredora en el pueblo llamada Luisa. -Dicen que es la mejor corredora de la región -susurraban sus amigos.

Tomás se preocupó. -¿Y si ella me gana? -pensó angustiado. Pero su abuelo le dijo: -No te preocupes por los demás, Tomás. Corre por ti mismo y disfruta del proceso. La verdadera felicidad está en el esfuerzo que pones, no sólo en ganar.

Tomás decidió tomar el consejo de su abuelo. Siguió entrenando con más ganas que nunca y el día de la carrera llegó. El ambiente era eléctrico: los vendedores de golosinas, la música, los aplausos. Todo el pueblo había salido a disfrutar de la gran carrera.

Cuando dio la señal de inicio, Tomás salió disparado. Al principio iba bien, corriendo con frecuencia en los primeros lugares. Pero cuando llegó a la mitad de la carrera, se sintió agotado. -No puedo más -pensó, pero recordó las palabras de su abuelo.

-¡Vamos, Tomás! ¡No te rindas! -se gritó a sí mismo y apretó el paso.

Mientras tanto, Ana gritaba desde la barrera. -¡Vas a perder, Tomás! -Pero él no la escuchó.

Y ahí fue cuando vio a Luisa, que estaba delante de él, corriendo decidida. Tomás sintió que su corazón latía con fuerza y decidió dar lo mejor de sí. -No importa si no debo ganar, quiero terminar -pensó, apretando los dientes y extendiendo sus piernas al máximo.

En la última recta, Tomás se sintió cansado, pero entonces se dio cuenta de que la felicidad de esforzarse había sido mayor que cualquier medalla. Con una última respiración, cruzó la meta en un emocionante tercer lugar. No ganó la medalla dorada, pero sí recibió un aplauso de todos los presentes.

Ana se quedó muda al verlo. -No puedo creer que hayas llegado tan lejos, Tomás. Me he dado cuenta de que, a veces, la ignorancia nos hace sentir que no podemos, pero tú me has enseñado algo -dijo con una sonrisa.

Tomás, agotado pero feliz, le respondió: -El esfuerzo nos lleva a la superación, Ana. Todos podemos intentarlo, sólo hay que querer y trabajar duro.

Desde aquel día, Tomás y Ana comenzaron a entrenar juntos, y poco a poco, ambos aprendieron que la felicidad no solamente está en ganar, sino en disfrutar del recorrido y en superar los desafíos.

Y así, en el pequeño pueblo de Vallesito, la historia de Tomás se convirtió en una inspiración para muchos, enseñando que la verdadera victoria es el esfuerzo y la superación personal.

FIN.

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