La Carrera Solidaria de Maracena



Era un hermoso día soleado en el pueblo de Maracena. La plaza estaba llena de color y emoción, ya que el colegio Sagrado Corazón había organizado una carrera solidaria para ayudar a los habitantes de una comunidad vecina que necesitaba apoyo. Todos estaban invitados, y la noticia se había esparcido como pólvora. En el centro de toda la algarabía estaban dos amigos inseparables: Marcos y Enrique.

Marcos, un niño de cabello rizado y ojos brillantes, estaba muy emocionado. Tenía un gran corazón y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Enrique, por otro lado, era un poco más tranquilo, pero tenía una mente brillante y una gran pasión por el deporte.

"Che, Marcos, ¿estás listo para la carrera?" - preguntó Enrique mientras colocaba su número en la camiseta.

"¡Listísimo! ¡Mirá cuánta gente hay! Me encanta que todos estén acá para ayudar. Nuestro esfuerzo va a hacer la diferencia." - respondió Marcos, sonriente.

La carrera comenzó a las 10 de la mañana y todos los participantes se alinearon en la línea de partida. El narrador del evento, un tío del pueblo conocido por su simpatía, se acercó al micrófono.

"¡Bienvenidos, corredores y corredoras! Hoy, cada paso que den será un paso hacia la solidaridad. ¡A correr!"

La señal de salida sonó, y todos empezaron a correr. Marcos y Enrique se llenaron de energía y alcanzaron rápidamente a otros corredores. La emoción llenaba el aire. Pero, a mitad de camino, algo inesperado sucedió. Una niña del barrio llamó la atención de Marcos.

"¡Marcos! ¡Ayúdanos! No sabemos cómo seguir. Algunos no tienen zapatillas y están lastimados."

Marcos se detuvo, mirando a Enrique con preocupación.

"Es verdad, Enrique. No podemos dejar a nadie atrás." - dijo Marcos decidido.

Enrique se detuvo también y, a pesar de que sabía que esto podría significar no ganar, respondió:

"Tenés razón. ¡Vamos a ayudar!"

Ambos comenzaron a correr hacia los niños que tenían dificultades. Dando ánimo y palabras de aliento, Marcos y Enrique se unieron a ellos.

"¡Vamos! ¡Ustedes pueden! ¡Un pasito tras otro!" - alentó Marcos.

Al final, Marcos comenzó a buscar entre la gente.

"Quizás alguien pueda prestarles zapatillas, no hay que darse por vencidos." - dijo Enrique.

La comunidad estaba unida, y muchos comenzaron a aportar. La señora Rosa, una vecina cariñosa, trajo algunas zapatillas que había guardado para su nieto.

"¡Tomen, chicos! Esto les va a servir."

Los niños sonreían y su ánimo mejoró. Al cabo de unos minutos, lograron reponerse y continúan con la carrera, ayudándose mutuamente. Era un espíritu de amistad y solidaridad que llenaba el ambiente.

Mientras el narrador anunciaba que la llegada estaba cerca, todos se animaron a llegar juntos, en una gran fila colorida y enérgica, demostrando que juntos eran más fuertes.

"Esto es lo mejor, Enrique. No se trata de llegar primero, sino de llegar juntos, ¿no?" - comentó Marcos mientras cruzaban la línea de meta.

"Sí, amigo. Hoy hemos aprendido que ayudar a otros es una victoria en sí misma." - dijo Enrique aliviado y contento.

Cuando todos cruzaron la meta, la multitud estalló en aplausos y vítores. Habían logrado no solo completar la carrera, sino también crear un vínculo de solidaridad entre ellos. Las risas, los aplausos, y las historias se mezclaban en una atmósfera festiva.

El narrador, con una gran sonrisa, dijo:

"Hoy aprendimos que el verdadero triunfo radica en el amor y la solidaridad. ¡Bravo!"

Los chicos de Maracena aprendieron que un esfuerzo colectivo puede cambiar vidas, y que ser solidarios es lo que realmente cuenta en la vida. Y así, con corazones llenos de alegría y un nuevo compromiso por ayudar, volvieron a casa, sabiendo que juntos podían enfrentar cualquier desafío.

FIN.

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