La Carta Mágica de Nico
Era un caluroso diciembre en la ciudad de Buenos Aires y el pequeño Nico, un niño de sete años, estaba sentado en la mesa de la cocina, con una hoja blanca y un lápiz recién afilado en la mano. La Navidad se acercaba y con ella, la tradición de escribirle una carta a los Reyes Magos.
-Con una gran sonrisa, Nico murmuró para sí mismo"Este año le voy a pedir algo muy especial".
Nico comenzó a escribir con entusiasmo. Sus letras eran grandes y desordenadas, pero llenas de vida. Escribió sobre su deseo de tener un nuevo juguete y, al final, algo que siempre había querido: "Quiero que todos los niños del mundo tengan un juguete este año". Pensó en todos sus amigos y en aquellos que no tenían nada, y su corazón se llenó de alegría por esa idea.
Cuando terminó su carta, la dobló cuidadosamente y decidió que era el momento de entregarla. Así que, emocionado, salió corriendo al balcón de su casa, donde su mamá estaba colgando luces de colores.
-Mamá, ¡voy a llevarle la carta a los Reyes! -gritó Nico, con los ojos brillando de ilusión.
-La carta, Nico. Recuerda que siempre debes ser sincero y agradecerles por todo lo que ya tienes -le respondió su mamá mientras sonreía.
Nico se quedó pensando un momento. Su mamá siempre había insistido en que recordar lo que ya tenía era tan importante como pedir. Entonces, con un nuevo impulso, decidió incluir en su carta un agradecimiento por su familia, sus amigos y por los juguetes que ya tenía.
Cuando la noche cayó y las estrellas comenzaron a brillar, Nico subió al tejado de su casa. En su mano, sostenía su carta con firmeza.
-Mira, Luna -le dijo a la luna que iluminaba la noche- aquí está mi carta. Hoy, esta noche mágica, se la llevaré a los Reyes.
Y, soplando con fuerza, hizo un deseo. Le lanzó la carta al viento y, en ese instante, su imaginación lo llevó a un mundo diferente. En su mente, los Reyes Magos la recogían al vuelo, con sus camellos danzando juntos, listas para escuchar todos los deseos de los niños.
Cuando Nico regresó a su habitación, aún lleno de emoción por lo que había hecho, escuchó un leve ruido venir de su ventana. Se acercó sigilosamente y, para su sorpresa, vio a un pequeño pajarito que había caído junto a su carta.
-Buenas noches, pajarito -dijo Nico mientras acariciaba su suave plumaje-. No te preocupes, yo te ayudaré.
Con mucha dedicación, decidió ayudar al pajarito. Lo llevó adentro, lo alimentó y, poco a poco, el pajarito comenzó a recuperarse. Durante los siguientes días, Nico y el pajarito se hicieron inseparables. Cada mañana, él lo alimentaba y lo cuidaba. Cuando llegó el día de Reyes, el pajarito ya estaba completamente sano.
-¡Mirá cuánto has crecido! -exclamó Nico, feliz de ver a su nuevo amigo-. Ahora puedes volar alto como los Reyes. ¿Vas a llevarme un mensaje para ellos?
El pajarito miró a Nico y, como si entendiera el desafío, empezó a trinar con alegría. Esa mañana, Nico decidió que iba a comunicarle a su nuevo amigo su gran deseo de que todos los niños tuvieran juguetes.
-No sólo quiero pedir los juguetes para mí. Quiero que el mundo sea un poco más feliz para los niños que no tienen nada -dijo Nico, con sinceridad.
Cuando la noche de Reyes llegó, mientras Nico soñaba con lo que había pedido, se escuchó un suave canto en su habitación. Despertó y vio que el pajarito estaba en su ventana, brillando bajo la luz de la luna.
-Gracias por llevar mi mensaje, amigo. Espero que lo hayan escuchado -le susurró Nico.
Al día siguiente, cuando despertó y corrió al árbol de Navidad, lo que encontró lo dejó sin palabras. No solo había un nuevo juguete, sino también regalos para compartir con sus amigos.
-¡Mirá, mamá! -gritó eufórico- ¡Los Reyes escucharon mi carta! Hay juguetes para todos.
La mamá de Nico, emocionada, lo abrazó, y juntos decidieron organizar un pequeño encuentro en su casa. Invitaron a todos los niños del barrio, incluidos aquellos que no tenían juguetes, para que pudieran disfrutar de la tarde.
-Nico, gracias por recordarnos la importancia de compartir y de pensar en los demás -dijo su mamá, mientras los niños reían y jugaban juntos.
Desde ese día, Nico aprendió que el verdadero espíritu de la Navidad no se trata solo de recibir, sino también de dar y compartir amor con aquellos que nos rodean. Y cada año, cuando escribía su carta a los Reyes, siempre se aseguraba de incluir un mensaje de amor y esperanza, no solo para él, sino para todos los niños del mundo.
Y así, en Buenos Aires, ese pequeño niño con su gran corazón encontraba la manera de hacer del mundo un lugar mejor, un deseo a la vez.
FIN.