La Carta Misteriosa



Un día soleado, Martín, un joven de 12 años, estaba limpiando el viejo cajón de su abuela. Entre algunos trastos y recuerdos familiares, encontró una carta amarillenta, con un hermoso sobre decorado con flores. Al abrirla, sus ojos brillaron al leer: "Querida Carolina...". No podía creerlo. Nunca había oído hablar de Carolina.

Intrigado, Martín se acercó a su abuela, que estaba sentada en su sillón de mimbre, tejiendo una bufanda.

"- Abuela, ¿quién es Carolina? Encontré una carta para ella en el cajón!"

La abuela levantó la vista, sorprendida. "- Oh, Martín, Carolina fue una amiga muy especial de mi juventud. Tuvimos muchas aventuras juntas, aunque hace años que no la veo..."

"- ¿Por qué no la buscás? Tal vez le gustaría saber de vos", sugirió Martín, emocionado por la idea de ayudar a su abuela a reencontrarse con una amiga.

La abuela sonrió. "- Es una buena idea, pero no tengo su dirección, ni siquiera sé si sigue en la ciudad..."

Martín, decidido a ayudar, se puso manos a la obra. "- Voy a investigar. Tal vez haya pistas en la carta o en la casa."

Se sentó en el piso, rodeado de cartas viejas, fotos y objetos antiguos. Cada línea de la carta parecía contar una historia, pero había un detalle que le llamaba la atención: había un código extraño al final. Parecía un acertijo.

"- ¿Quizás sea una pista?", pensó Martín, al leer: "Bajo el sauce llorón, allí es donde nos encontramos..."

Con su curiosidad a flor de piel, decidió que al día siguiente iría al parque donde solían jugar de niños. Al llegar, miró a su alrededor, buscando el viejo sauce llorón que podía ser un lugar especial del pasado de su abuela.

Mientras buscaba, se encontró con un grupo de chicos que jugaban a la pelota. Uno de ellos, que se llamaba Lucas, se acercó.

"- ¿Buscás algo?"

"- Estoy buscando un sauce llorón. ¿Lo conocés?"

Lucas miró hacia el parque. "- Sí, está allá atrás, cerca del lago. Dicen que es muy viejo y que muchos vienen a jugar a la sombra. Aunque, no sé si haya algo especial..."

Sin perder tiempo, Martín corrió hacia el sauce. Una vez allí, se sentó bajo sus ramas y comenzó a pensar. Miró hacia el lago, lleno de patos nadando. En ese momento, recordó la carta.

"- La carta dice que allí nos encontramos... ¿tenía que ver con el lago?"

Martín decidió buscar alrededor. Hurgando un poco dentro del arbusto, encontró un pequeño objeto brillante. Era un pequeño medallón con las iniciales "C.B". "- Esto debe ser de Carolina!", exclamó emocionado.

De regreso a casa, Martín le mostró el medallón a su abuela.

"- ¡Mirá! Encontré esto bajo el sauce llorón. Las iniciales son de Carolina!"

La abuela, al ver el medallón, comenzó a llorar de felicidad. "- ¡Es el medallón que le regalé a Carolina en su cumpleaños! Nunca debí perderme de su vida..."

"- ¿Y si la llamamos? Tal vez esté en la ciudad. Podemos buscar su número en las viejas guías telefónicas!"

Ambos se pusieron a buscar entre los viejos documentos y poco después, hallaron una guía donde el nombre de Carolina apareció. "¡Está en la misma ciudad!"

Sin dudarlo, la abuela levantó el teléfono y marcó el número. Pasaron unos segundos que parecieron eternos. Finalmente, la abuela sonrió con lágrima en los ojos al escuchar la voz familiar al otro lado de la línea. "¡Carolina! Soy yo, Fernanda."

El corazón de Martín se llenó de alegría al escuchar la risa de su abuela al reconectar con su antigua amiga. Al finalizar la llamada, la abuela le dijo: "- Nunca pensé que volvería a escuchar su voz. Gracias, Martín. Has hecho que reviva una parte de mi vida que creía perdida".

Martín sonrió, sintiéndose orgulloso de haber ayudado. De ese día en adelante, la abuela y Carolina comenzaron a hablarse a menudo, compartiendo sus historias y sus recuerdos.

Y así, Martín aprendió que a veces las cosas que parecen olvidadas pueden traernos mucha alegría si solo nos tomamos el tiempo de buscarlas y conectar las historias que nos unen.

El medallón se convirtió en un símbolo de amistad eterna y de la importancia de nunca dar por perdido un lazo emocional, sin importar la distancia.

Desde entonces, cada vez que Martín ve una carta o un medallón, recuerda la historia de su abuela y Carolina, y cómo la curiosidad y la valentía pueden reavivar viejas amistades y llenar de alegría nuestros corazones.

FIN.

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