La carta perdida
Había una vez un niño llamado Tomás, quien vivía en un pequeño pueblo junto a sus amigos: Martín, Sofía y Carolina.
Estaban muy emocionados porque se acercaba la Navidad y todos los niños esperaban ansiosos la visita de Santa Claus. Un día, mientras jugaban en el parque, escucharon un ruido extraño proveniente del bosque cercano. Curiosos como eran, decidieron investigar qué sucedía.
Se adentraron en el bosque y descubrieron que alguien había dejado caer una carta cerca de un árbol. Tomás rápidamente recogió la carta y comenzó a leerla en voz alta para sus amigos. Decía: "Querido Santa Claus, este año he sido muy bueno y me gustaría conocerte personalmente.
¿Podrías visitarnos en nuestro pueblo?". Todos los niños se emocionaron al leerlo. Decidieron que debían encontrar a Santa Claus y entregarle la carta personalmente. Sin embargo, no tenían idea de cómo hacerlo.
Entonces Martín tuvo una idea brillante: recordó haber escuchado a su abuelo decir que Santa vivía en lo más alto de la montaña nevada. Los cuatro valientes amigos emprendieron su aventura hacia la montaña nevada.
Mientras subían por el empinado camino, encontraron diversos obstáculos como puentes resbaladizos y rocas gigantes bloqueando el camino. Pero juntos lograron superarlos con ingenio y trabajo en equipo. Después de mucho esfuerzo, llegaron finalmente a la cima de la montaña nevada.
Para su sorpresa, allí no encontraron a Santa Claus, sino a un viejito con barba blanca llamado Don Ernesto, quien cuidaba de las cabras que vivían en la montaña. Los niños se acercaron a Don Ernesto y le contaron su historia.
Don Ernesto sonrió y les explicó que aunque él no era Santa Claus, podía ayudarlos a cumplir su deseo. Les dijo que la verdadera magia de la Navidad estaba en el corazón de cada persona y que todos tenían el poder de hacer realidad sus sueños.
Animados por las palabras de Don Ernesto, los niños regresaron al pueblo llenos de esperanza. Decidieron organizar una gran fiesta navideña para todos los niños del pueblo y así compartir la alegría con quienes más lo necesitaban.
El día de la fiesta llegó y el pueblo se llenó de risas, música y regalos. Los niños disfrutaron jugando juntos y compartiendo momentos especiales.
En medio de la celebración, apareció un hombre vestido como Santa Claus llevando una gran bolsa llena de regalos. Los ojos de Tomás brillaron al verlo y corrió hacia él emocionado.
El hombre le entregó un regalo envuelto en papel dorado mientras le decía: "Tomasito, sé que has sido muy valiente y generoso al organizar esta hermosa fiesta para tu comunidad. Eres un verdadero héroe". Tomás abrió el regalo con entusiasmo y encontró una carta firmada por Santa Claus diciendo: "Querido Tomás, gracias por recordarnos el verdadero espíritu navideño.
Aunque no pudiste encontrarme personalmente, quiero felicitarte por tu bondad e inspiración".
Desde ese día, Tomás y sus amigos aprendieron que la magia de la Navidad no solo se encuentra en un personaje mágico, sino en el amor y la generosidad que compartimos con los demás. Juntos, habían logrado traer alegría a su pueblo y eso era lo más importante. Y así, cada año, Tomás y sus amigos recordaban esa aventura especial mientras disfrutaban de las fiestas navideñas.
Sabían que no necesitaban encontrar a Santa Claus para sentir la verdadera magia de la Navidad, porque ya vivía en sus corazones.
FIN.