La Cartuchera Amarilla y su Pequeño Inquilino
Era una vez, en una escuela llena de risas y juegos, una niña llamada Luna. Luna tenía una cartuchera amarilla, brillante como el sol, que siempre colgaba de su mochila. Pero esta cartuchera no era común y corriente; en su interior vivía un pequeño inquilino llamado Pipo, un curioso y travieso ratón de lápiz.
Pipo era un ratón muy especial. Le encantaba comer lápices de diferentes colores, y cada vez que Luna buscaba uno, se encontraba con que desaparecía por arte de magia. En vez de enfadarse, Luna se reía:
"¡Pipo, no puedo encontrar mi lápiz azul! ¿Te lo comiste otra vez?"
"¡No puedo evitarlo, Luna! Son tan sabrosos y coloridos! Pero, a cambio, me encargaré de la mugre de tu cartuchera."
Luna a veces se preocupaba un poco al meter la mano en la cartuchera. ¿Y si Pipo estaba durmiendo en medio de sus útiles? Un día, decidió que era hora de conocer mejor a su pequeño inquilino. Con cuidado, abrió la cremallera y asomó su mano:
"¡Hola, Pipo! ¿Estás ahí? Quiero ver qué estás haciendo."
Pipo asomó su cabecita. Sus ojos brillaban de emoción.
"¡Hola, Luna! Estoy tratando de hacer un dibujo con la cáscara de los lápices que me comí."
Luna se sorprendió. Al ver que Pipo era capaz de crear arte con lo que había “desaparecido”, su miedo se transformó en curiosidad. Decidió ayudarlo:
"¿Y si hicimos un cuadro juntos? ¡Tengo muchos colores!"
"¡Eso sería genial! Pero necesitaré más lápices. No puedo usar los que ya me comí."
Juntas, decidieron organizar una búsqueda. Buscaron lápices en casa, en el jardín, y hasta pidieron a los amigos que les dieran algunos de sus viejos lápices. Así, llenaron la cartuchera amarilla de nuevos colores.
"¡Ahora podemos hacer un gran mural!" dijo Pipo emocionado.
Así fue como Luna y Pipo crearon un hermoso mural de colores que decoraba la clase. Todo el mundo quedó asombrado.
"¿Quién hizo esto?" preguntó la maestra.
"¡Fui yo y mi amigo Pipo!" respondió Luna con una gran sonrisa.
"¡Increíble! A veces, los amigos pueden venir de los lugares más inesperados."
Desde aquel día, Luna no volvió a temerle a su inquilino. De hecho, cada vez que un lápiz desaparecía, en lugar de enojarse, sonreía sabiendo que estaba ayudando a su pequeño amigo a crear algo hermoso.
Así, Luna y Pipo aprendieron que la amistad puede surgir de situaciones inesperadas y que, a veces, los miedos pueden transformarse en aventuras. "Soy feliz con mi pequeño inquilino" pensó Luna, y cada vez que abría su cartuchera ya no tenía miedo, sino el deseo de crear más obras de arte junto a Pipo.
FIN.