La Casa Abandonada de Dulces Cuidad



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Dulces Cuidad, un lugar donde todo parecía estar hecho de golosinas y dulces. Las casas eran de chocolate, los árboles de caramelos y los ríos de jarabe. Los habitantes del pueblo vivían felices disfrutando de su dulce vida, pero había una casa que había sido olvidada por todos: la Casa Abandonada, justo al borde del pueblo.

Un día, unos niños llamados Clara, Tomás y Lucas decidieron explorar esa misteriosa casa. Clara, que era la más curiosa, sugirió: "¡Vamos a ver qué hay dentro de la Casa Abandonada!"- Tomás, un poco temeroso, dijo: "No sé, ¿y si está llena de monstruos?"- Pero Lucas, siempre dispuesto a una aventura, animó a sus amigos: "¡Vamos! Si encontramos un monstruo, ¡le daremos un caramelo y lo haremos amigo!"-

Así, con el espíritu aventurero en sus corazones, se acercaron a la puerta chirriante de la casa. Cuando la abrieron, un aire dulce y polvoriento los envolvió. La casa estaba cubierta de polvo y telarañas, pero en cada rincón había restos de dulces: un sofá de malvaviscos, una lámpara de caramelo y una mesa de galleta. Sin embargo, la casa también tenía un aire triste; los colores ya no brillaban como solían hacerlo.

Clara observó con detenimiento una puerta en el fondo del salón. "Miren, ¿se imaginan qué habrá detrás?"- preguntó emocionada. "Puede que haya más dulces, o quizás un monstruo de chocolate,"- respondió Lucas con una sonrisa cómplice. Tomás, algo reticente, dijo: "Deberíamos tener cuidado..."-

Sin embargo, su curiosidad fue más fuerte y decidieron abrir la puerta. Para su sorpresa, descubrieron una cocina maravillosa, llena de ingredientes mágicos: azúcar de colores, harina de chicle, y leche de nube. Pero, en el centro de la cocina, había una anciana llamada Abuela Dulcita, que los observaba con ojos llenos de melancolía.

"¿Qué hacen aquí, niños?"- preguntó Abuela Dulcita en un tono suave.

"Estamos explorando la Casa Abandonada,"- contestó Clara, un poco intimidada.

"¿Y por qué abandonaron esta casa tan hermosa?"- preguntó Tomás.

La abuela sonrió con tristeza y les contó: "Esta casa solía estar llena de risas y juegos, pero poco a poco, los niños del pueblo dejaron de venir a jugar. Se olvidaron de mí, y la casa se llenó de polvo. Sin amor, todo se vuelve gris y triste."-

Los niños sintieron una punzada en el corazón al escuchar aquellas palabras. "Podemos hacer que la casa vuelva a brillar!"- exclamó Lucas lleno de entusiasmo. "Sí, podemos invitar a todos a jugar aquí!"- propuso Clara.

Entusiasmados, los niños comenzaron a organizar una gran fiesta en la Casa Abandonada. Prepararon invitaciones coloridas y decidieron hacer que cada niño del pueblo viniera. Abuela Dulcita, sorprendida y emocionada, les ayudó a hornear galletitas, preparar un gran pastel de chocolate y decoraron la casa con serpentinas de caramelo.

El día de la fiesta llegó y todo Dulces Cuidad se congregó en la puerta de la Casa Abandonada. Los niños la decoraron con globos de goma de mascar y cintas de colores, y pronto la música empezó a sonar. "¡Qué gran fiesta!"- gritó uno de los niños al ver la alegría que reinaba. Abuela Dulcita, desde la cocina, sonreía al ver que la casa volvía a estar llena de risas y diversión.

Esa noche, mientras el cielo se iluminaba con estrellas de azúcar, Clara, Tomás y Lucas se dieron cuenta de que el cariño y la amistad podían transformar cualquier lugar. La Casa Abandonada ya no era solo un lugar viejo y olvidado, había recuperado su brillo gracias a ellos y a la comunidad que se unió para celebrarlo.

"Nunca más dejemos de cuidar nuestras cosas y a los demás,"- dijo Clara, mientras todos compartían una porción del delicioso pastel. Abuela Dulcita, llena de gratitud, les afirmó: "El amor y la amistad son los mejores ingredientes para mantener la magia. ¡Gracias, niños!"-

Y así, la Casa Abandonada de Dulces Cuidad no solo recuperó su esplendor, sino que se convirtió en el corazón del pueblo, donde siempre habría risas, dulces y un hogar lleno de cariño para todos.

FIN.

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