La Casa Blanca y los Misterios del Río
En un pequeño pueblo rodeado de hermosos paisajes y un río que brillaba bajo el sol, existía una antigua casa blanca al borde del agua. Todos los niños del pueblo hablaban de ella, llena de leyendas y misterios, y pocos se atrevían a acercarse. Una tarde, mientras jugaban a la orilla del río, cuatro amigos decidieron que era hora de descubrir qué había detrás de esos ruidos extraños que solían escucharse desde la casa.
"¿Escucharon eso? Suena como si alguien estuviera llamando desde la casa", dijo Tomás, con sus ojos muy abiertos.
"Sí, pero seguro que son solo ruidos de animales. No hay nadie viviendo allí, ¿no?", respondió Ana, que era un poco más valiente.
"¡Vamos, no seamos miedosos!", propuso Sofía, siempre lista para la aventura.
"Yo quiero ver si hay tesoros escondidos", dijo Lucas, que soñaba con encontrar algo valioso.
Aunque algunos de ellos estaban un poco asustados, la curiosidad pudo más y decidieron acercarse a la casa. Al llegar, notaron que las puertas estaban entreabiertas, como si los estuvieran invitando a entrar.
"Esto se siente un poco raro, ¿no?", murmuró Tomás.
"No hay nada de qué preocuparse. Solo exploramos y regresamos rápido", insistió Ana.
Al entrar, la casa olía a polvo y viejo. Las paredes estaban llenas de fotos que parecían contar historias del pasado. Mientras caminaban, comenzaron a escuchar ruidos, pero esta vez eran más claros.
"¡Escuchen!", exclamó Sofía. "Son risas, como de niños. ¿No lo oyen?"
Los amigos se miraron, intrigados y un poco nerviosos. Decidieron seguir el sonido. Al llegar a una habitación del fondo, encontraron un viejo baúl cubierto de telarañas.
"¿Qué habrá adentro?", preguntó Lucas.
Tomás se acercó y lo abrió despacio. Al hacerlo, una nube de polvo salió volando y, en su interior, encontraron juguetes antiguos y libros.
"¡Miren! Juguetes que parecen haber pertenecido a otros niños. Quizás ellos son quienes ríen", sugirió Ana.
De repente, un resplandor iluminó la habitación. Al principio les pareció que era el reflejo del sol, pero luego comprendieron que algo más estaba sucediendo. Ante sus ojos, aparecieron sombras de niños jugando con los juguetes antiguos.
"¡Wow!", gritaron todos al unísono, dando un paso atrás.
Una de las sombras se acercó, era una niña con cabellos rizados y una sonrisa brillante.
"Hola, somos los guardianes de esta casa. Nos gusta jugar con los que tienen un corazón valiente", dijo la niña.
"¿No son fantasmas?", preguntó Lucas, nervioso.
"No, somos la esencia de la alegría de quienes hemos vivido aquí. Venimos a recordarles lo divertido que es jugar y soñar, así como a cuidar la casa que tanto amamos", explicó la niña.
Los cuatro amigos, aliviados, comenzaron a reír y jugar con ellos. Jugaron al escondite, a la rayuela y contaron historias de aventuras. Todo parecía mágico. Pero luego, Ana recordó algo.
"¿Por qué están aquí y la casa está abandonada?", preguntó.
La niña sonrió de nuevo.
"Esta casa necesita la alegría de los niños de nuevo. Si la cuidan y la llenan de risas, nosotros también podremos quedarnos aquí y jugar para siempre."
Entonces, los amigos tomaron una decisión. Volverían al pueblo, invitarían a todos los niños a ayudarles a restaurar la casa.
Los días pasaron y, con el apoyo de todo el pueblo, trabajaron para limpiar la casa y llenarla de risas nuevamente. Pintaron las paredes, arreglaron los muebles y el baile de los niños llenó el aire.
Finalmente, cuando la casa estuvo lista, organizaron una gran fiesta en la que todos pudieron disfrutar y recordar la importancia de jugar, soñar y cuidar los lugares que amamos.
"¡La Casa Blanca ahora es nuestra!", gritó Sofía.
Y así, con cada risa y cada juego, los amigos y los niños del pueblo lograron que los guardianes de la casa permanecieran allí, recordando a todos que la magia de la amistad y la alegría siempre puede devolverle la vida a cualquier lugar.
Desde entonces, la Casa Blanca se convirtió en un centro de convivencia, donde se realizaban juegos, cuentos y fiestas, manteniendo siempre viva la historia de los niños que eran guardianes del lugar. Y cada noche, cuando el río susurraba, aquellos que se aventuraban a escuchar podían oír risas flotando en el aire, llenando aquel rincón de felicidad.
Así, la casa que una vez fue abandonada, ahora era un símbolo de unión y alegría, recordando a todos la importancia de cuidar y compartir lo que amamos.
FIN.