La Casa de Chocolate



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Dulcelandia, una casa mágica hecha completamente de chocolate. Sus paredes, techos y ventanas estaban elaborados con los más deliciosos dulces: chocolate negro, leche y blanco. La casa era famosa por un anciano pastelero llamado Don Coco, quien la había construido con mucho amor y dedicación.

Cualquier niño que pasara por allí soñaba con un día poder entrar y probar aquellos manjares. Pero había una regla: solo podían ingresar los niños que demostraran ser valientes y bondadosos.

Un día, dos amigos, Lucía y Mateo, decidieron aventurarse hacia la casa. La noticia de la casa de chocolate era tan tentadora que sus corazones latían con fuerza mientras se acercaban.

"¿Crees que realmente podremos entrar?" - preguntó Lucía, con los ojos llenos de asombro.

"Claro que sí. Solo debemos demostrar que somos valientes y bondadosos. ¡Vamos!" - respondió Mateo, con una sonrisa radiante.

Llegaron a la puerta de la casa, que estaba adornada con caramelos y gomitas. Llamaron suavemente y la puerta se abrió sola, dejando escapar un aroma dulce y envolvente. Al entrar, se encontraron con una habitación gigante, donde todo estaba cubierto de chocolate.

"¡Mirá! ¡Es increíble!" - gritó Lucía mientras corría a probar un trozo de chocolate de la pared.

Pero, de repente, apareció Don Coco, con su gran delantal y un sombrero de chef.

"¡Deténganse, amiguitos!" - dijo con una voz alegre pero firme. "Para disfrutar de esta casa, deben ayudarnos. Necesitamos recolectar ingredientes para preparar un enorme pastel para la fiesta de Dulcelandia."

Lucía y Mateo se miraron, emocionados por la propuesta.

"¿Qué necesitamos hacer?" - preguntó Mateo, impaciente.

"Primero, deben ir al bosque de caramelo y encontrar unas bayas dulces. Luego, deberán ir al río de chocolate y recoger un poco de esencia de vainilla. Solo así podrán disfrutar de la casa por completo."

Sin pensarlo, los amigos se pusieron en marcha. En el bosque de caramelo, encontraron un árbol gigante con bayas que brillaban. El problema era que un pato de chocolate vigilaba las bayas.

"Esto no será fácil," - susurró Lucía.

"Déjame hablar con él, tal vez podamos convencerlo de que nos deje recogerlas," - dijo Mateo.

Al acercarse, Mateo saludó al pato.

"Hola, amigo. Somos de Dulcelandia y venimos en busca de bayas para ayudar a Don Coco. ¿Podrías dejarnos tomar algunas?"

El pato lo miró pensativo y respondió:

"Podéis llevar algunas, pero deben prometérmelo: nunca discutirán entre ustedes mientras trabajen juntos."

"Lo prometemos", - contestaron al unísono, felices de haber encontrado un acuerdo.

Con las bayas en mano, se dirigieron al río de chocolate. Pero al llegar, notaron que el río estaba muy revuelto.

"¿Cómo vamos a recoger la esencia de vainilla aquí?" - preguntó Lucía, mirando el agitado líquido marrón.

"Tengo una idea. Tal vez podamos hacer una balsa de chocolate y usarla para cruza,” - sugirió Mateo.

Así, juntos recogieron algunos troncos de chocolate y construyeron una pequeña balsa. Lograron atravesar el río, y después de mucho esfuerzo, recogieron la esencia de vainilla.

"¡Lo conseguimos!" - exclamó Lucía, levantando las manos en señal de victoria.

Cuando regresaron a la casa, Don Coco los esperaba con una gran sonrisa.

"¡Excelente trabajo, pequeños! Ahora, ayúdenme a mezclar todos los ingredientes y haremos un pastel espectacular."

Ambos amigos disfrutaron de la actividad, mezclando los ingredientes, batiendo y decorando el pastel lleno de colores y sabores. Al finalizar, Don Coco los miró con orgullo y agregó:

"Como recompensa por su valía y bondad, ¡vamos a compartir este pastel con todo Dulcelandia!"

Honrados, Lucía y Mateo, junto a Don Coco, organizaron una fiesta bajo un gran árbol, donde chicos y grandes disfrutaron del pastel, brindaron por la amistad y celebraron la bondad. Desde entonces, ambos aprendieron que las aventuras eran mucho más dulces cuando se compartían y se hacían en equipo.

Y así, la casa de chocolate se convirtió en el símbolo de la valentía y la amistad en Dulcelandia, recordando siempre que, a veces, lo más dulce de la vida se encuentra en la colaboración y el trabajo en equipo.

FIN.

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