La Casa de Chocolate y el Poder de la Amistad
En un lugar no muy lejano dentro de un bosque frondoso, había una casa hecha de chocolate. Las paredes eran de dulce de leche, el techo de chocolate amargo, y las ventanas estaban decoradas con caramelos de colores. Esta casa, conocida como La Dulce Morada, estaba custodiada por una divertida hada llamada Caramelina.
Un día, dos amigos llamados Lucas y Valentina decidieron aventurarse en el bosque. Tenían mucho tiempo libre y se había corrido la voz de que La Dulce Morada existía.
"¿Te imaginas qué delicia?" - dijo Lucas emocionado, con los ojos brillando.
"¡Sí! Vamos a encontrarla!" - respondió Valentina, llena de entusiasmo.
Mientras caminaban, se topaban con un sinfín de maravillas del bosque: mariposas de colores y pájaros que cantaban. Finalmente, después de un largo trayecto, llegaron a la casa de chocolate. Ambos quedaron maravillados ante una vista tan dulce.
"¡Mirá lo increíble que es!" - exclamó Valentina, mirando todo con la boca abierta.
"¡Y tiene un aroma tan rico!" - añadió Lucas, ya salivando.
Los niños decidieron acercarse y tocar la puerta. Para su sorpresa, Caramelina, con su varita mágica en la mano, les abrió con una sonrisa radiante.
"¡Hola, pequeños aventureros! Bienvenidos a la Casa de Chocolate. ¿Quieren probar algo delicioso?" - dijo la hada.
Lucas y Valentina asintieron sin dudar.
"¡Sí, por favor!" - respondieron al unísono, mientras sus estómagos hacían ruidos de hambre.
Caramelina les ofreció chocolatinas, galletitas y otros dulces. Pero, mientras disfrutaban de su festín, una nube oscura apareció de repente y cubrió la casa. De ella emergió un malvado ogro llamado Gruñón.
"¡Alto ahí! ¡No pueden comer de mi casa!" - gritó el ogro, mostrando sus dientes afilados.
Los niños se asustaron, pero Valentina tomó valor y dijo:
"Nosotros solo queríamos compartir un momento dulce, no causar problemas."
El ogro frunció el ceño y les respondió con voz temblorosa:
"No ustedes, sino todos los que vienen a comer sin pedir permiso. Ya no aguanto más."
Lucas, mirando al ogro con compasión, preguntó:
"¿Gruñón, pero por qué no compartís la dulzura de tu casa?"
Gruñón suspiró y se rascó la cabeza.
"Cuando yo era pequeño, nunca me dejaron jugar con los otros niños porque siempre se llevaban todo lo que había. Por eso estoy solo, y esta casa es mi refugio."
Valentina se acercó y le dijo:
"Podés compartirlo con nosotros. Jugar y compartir puede ser muy divertido."
Aquel gesto hizo que el ogro reflexionara. Caramelina, siempre optimista, intervino:
"¿Qué te parece si organizamos un festival en el bosque? Invitemos a todos y hagamos de este lugar un espacio de alegría y amistad."
Los ojos de Gruñón se iluminaron por primera vez.
"¿De verdad? ¿Podrían ayudarme a hacer los preparativos?"
"¡Por supuesto!" - gritaron Lucas y Valentina.
Y así, pasaron el día planeando. Hicieron invitaciones, prepararon dulces y decidieron que habría juegos y música. Cuando todo estuvo listo, la noticia del festival se esparció por el bosque como la pólvora. Todos los animalitos y criaturas del bosque acudieron a la fiesta.
El día del evento fue una sorpresa maravillosa. El ogro, que antes era temido, ahora era el alma de la fiesta.
"¡Gracias por ayudarme a encontrar amistad, pequeños!" - gritó Gruñón mientras bailaba.
Valentina y Lucas sonrieron al verlo feliz. Nunca imaginaron que una casa de chocolate les llevaría a hacer un amigo inesperado.
Al caer la noche, cuando el festival terminó, Gruñón abrazó a los niños y a Caramelina.
"A partir de hoy, conozcan mi casa como La Casa de la Amistad. ¡Vengan cuando quieran!"
"¡Genial! ¡Prometemos volver!" - dijeron los niños felices.
Desde ese día, la casa de chocolate dejó de ser solo un lugar dulce. Se convirtió en un símbolo de que compartir y tener amigos trae la verdadera felicidad. Todos aprendieron que, a veces, los más temidos son los que más necesitan amor y comprensión.
Y así, Lucas, Valentina y Gruñón forjaron un lazo inquebrantable, recordando siempre que en el camino de la vida, la amistad es el mayor tesoro de todos. Y cada vez que se acercaban a La Dulce Morada, recordaban aquel día tan especial.
Y colorín colorado, esta historia se ha acabado.
FIN.