La Casa de Chocolate y los Cinco Amigos



En un pequeño pueblo rodeado de montañas, había una mágica Casa de Chocolate. Se decía que quien entrara en su interior podía disfrutar de un mundo lleno de dulces y sorpresas. Un día, cinco amigos decidieron aventurarse y descubrir los secretos de la Casa de Chocolate: Emma, Tomi, Lua, Mateo y Juli.

"¿Están listos para la aventura?" - preguntó Emma, con su adorada mochila de caramelos.

"¡Listos! No puedo esperar para probar el río de chocolate!" - exclamó Tomi, salivando.

"¡Y los marshmallows gigantes!" - agregó Lua, soñando con el cielo de nubes de azúcar.

"Recuerden, no hay que comerlo todo de una..." - los interrumpió Mateo, el más cauteloso del grupo.

"¡Pero es una Casa de Chocolate! Eso es lo que se supone que hagamos!" - se rió Juli.

Los cinco amigos llegaron a la Casa de Chocolate y se quedaron boquiabiertos. La puerta, hecha de galleta, se abría ante ellos, revelando un interior decorado con golosinas de todo tipo. El piso estaba cubierto de caramelo, y las paredes estaban decoradas con chocolate derretido.

"¡Miren! ¡Un árbol de chicles!" - gritó Tomi, corriendo hacia un enorme árbol que daba chicles de todos los sabores.

"Es increíble, ¿no?" - dijo Mateo, mirando con asombro.

"No olviden que debemos explorar primero!" - recordó Emma, mientras entraban a la habitación llena de sorpresas.

Mientras caminaban, encontraron una misteriosa puerta. Tenía una inscripción que decía: "Quien quiera entrar, debe compartir lo que ama".

"¿Qué quiere decir eso?" - preguntó Lua confundida.

"Tal vez tengamos que compartir algo especial con los demás antes de entrar" - sugirió Juli.

Los amigos comenzaron a hablar sobre lo que más les gustaba. Emma amaba la música, Tomi adoraba los deportes, Lua el arte, Mateo la ciencia y Juli la lectura.

"¿Qué tal si hacemos algo juntos?" - sugirió Emma.

"Podemos hacer un mural de chocolate y contar una historia!" - dijo Lua emocionada.

"¡Me encanta la idea!" - agregó Juli.

"Nos unimos en lo que amamos y luego podemos entrar" - concluyó Mateo.

Así que decidieron crear un gigantesco mural de chocolate en la pared, donde cada uno aportó su parte. Tomi hizo un campo de fútbol de chocolate, Lua pintó un arcoíris con golosinas, Mateo añadió planetas de chocolate, Juli escribió cuentos de hadas y Emma tocó una canción con su guitarra.

Cuando terminaron, la puerta misteriosa se abrió de golpe, dejándolos pasar. Al otro lado, encontraron una sala llena de delicias.

"¡Es increíble!" - exclamó Tomi mientras se lanzaba a probar un trozo de tarta de chocolate.

"Miren, hay una fuente de chocolate que no se acaba!" - gritó Lua, emocionada.

Pero entonces escucharon un ruido. Un duende de chocolate apareció:

"¡Espera! No todo es para comer sin restricciones. Ustedes han hecho un acto de unión y amor, pero deben aprender algo más."

"¿Qué tienes en mente, amigo duende?" - preguntó Mateo.

"Para disfrutar de la Casa de Chocolate, deben recordar que lo mejor se comparte, y deben llevarse un mensaje a casa: el valor de compartir y cuidar lo que amamos."

Los cinco amigos reflexionaron sobre lo que habían aprendido. Decidieron que cada uno llevaría un dulce al pueblo y lo compartirían con otros niños.

Así, la Casa de Chocolate no solo les dio un momento mágico, sino también una importante lección sobre la amistad y lo esencial que es compartir.

Cuando regresaron a su pueblo, todos estaban ansiosos por escuchar sus aventuras. Y cada vez que disfrutaban de un dulce, recordaban la importancia de compartir, no solo con palabras, sino también con acciones.

Desde aquel día, los cinco amigos promulgaron una 'Jornada de la Amistad' cada mes, donde traían dulces de su casa, pero siempre recordando que lo más dulce era compartirrisas y buenos momentos.

Así, la Casa de Chocolate seguía siendo un lugar mágico, no solo porque tenía golosinas, sino porque había inspirado a cinco amigos a ver el valor en lo que realmente importa: la unión y la alegría que nace al compartir.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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