La Casa de Dulces en el Bosque



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de un espeso y misterioso bosque, una niña llamada Abia. Abia era curiosa y aventurera, siempre lista para explorar nuevos lugares. Un día, mientras paseaba por el bosque, se topó con un sendero que nunca había visto antes. Mariposas de colores volaban alrededor, y una suave brisa acariciaba su rostro. Abia decidió seguir el camino, sin saber que la aventura que estaba a punto de vivir cambiaría su vida para siempre.

Después de caminar un rato, Abia se detuvo en seco. Ante ella se alzaba una increíble casa hecha completamente de dulces. Las paredes eran de galletas, el techo de chocolate, las ventanas de caramelos de colores y el jardín estaba lleno de golosinas de todo tipo. Era un espectáculo que llenaba de emoción su corazón.

- ¡Es como un sueño! - exclamó Abia, con los ojos brillantes.

Poco a poco, se acercó a la casa, maravillada por los detalles. Cuando tocó la puerta, esta se abrió lentamente, revelando un interior tan dulce como el exterior. Allí encontró a una anciana. Su cabello era blanco como el azúcar y su risa sonaba como campanitas.

- ¡Hola, pequeña! - dijo la anciana-. Bienvenida a mi casa de dulces. Soy la abuela Caramelita. ¿Te gustaría probar algo?

- ¡Sí, por favor! - respondió Abia, sin poder contener su entusiasmo.

La abuela Caramelita la condujo a la mesa, que estaba repleta de golosinas. Abia nunca había visto tantos dulces en un solo lugar. Mientras probaba una gomita de fresa, se dio cuenta de que algo extraño sucedía en el bosque. Desde el fondo del lugar, se escuchaban gritos y risas. Intrigada, Abia preguntó:

- ¿Qué es eso que se escucha, abuela Caramelita?

- Eso, querida, son los habitantes del bosque. Ellos vienen a disfrutar de este lugar, pero no todos saben que aquí hay un secreto. - respondió Caramelita, mirándola con complicidad.

- ¿Un secreto? - Abia estaba muy interesada.

- Así es - dijo la abuela-. Cada una de estas golosinas tiene un poder especial. Si alguien se las come sin compartir, se olvida de lo que más quiere. Por eso, siempre debes compartir con los demás.

Abia se quedó en silencio, pensando. De repente, sintió que el dulce sabor de la gomita se tornaba un tanto amargo. Recordó a sus amigos del pueblo y lo mucho que disfrutaba compartir momentos con ellos. Entonces, sin pensarlo dos veces, decidió salir de la casa de dulces y volver al pueblo.

- Abuela Caramelita, creo que debo irme. Mis amigos me están esperando. - dijo Abia, con una sonrisa.

- Es una decisión sabia, querida. Comparte lo que aprendiste aquí y nunca olvides la importancia de la amistad. - la anciana la abrazó.

Abia se despidió de la abuela y corrió hacia el pueblo. En su camino, recogió algunas golosinas, pero las guardó para compartir con sus amigos. Al llegar, encontró a sus amigos jugando en el parque.

- ¡Chicos! - gritó emocionada. - ¡Tengo algo para ustedes!

Todos se acercaron curiosos. Abia sacó las golosinas y explicó lo que había aprendido.

- ¡Disfrutemos juntos! - dijo mientras comenzaba a repartir.

Los amigos de Abia estaban encantados y todos compartieron risas, juegos y, por supuesto, dulces. Abia se dio cuenta de que compartir hacía todo aún más especial. La tradición de compartir dulces se convirtió en una costumbre entre ellos, y cada vez que se reunían, el primer bocado lo compartían con su mejor amigo.

Así, Abia aprendió que la alegría se multiplica cuando se comparte, y cada vez que volvía al bosque, lo hacía no solo por los dulces, sino por el increíble mensaje que la abuela Caramelita le había dejado.

Y desde aquel día, el bosque ya no le parecía tan misterioso, sino un lugar lleno de magia, amistad y dulces para compartir con los seres que más quería. Fin.

FIN.

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